
El terrorismo
como práctica de
Estado legitima
la rebelión y
la insurgencia
revolucionaria
como práctica de
Estado legitima
la rebelión y
la insurgencia
revolucionaria
¿No cree que las revoluciones armadas han tenido su momento y que ahora quizás se deba buscar nuevas fórmulas de lucha?
Como revolucionarios y luchadores de la causa popular estamos obligados a buscar las vías menos dolorosas para alcanzar el poder. Pues la historia enseña que en las guerras los más afectados son los sectores populares, siendo
Colombia muestra palmaria. Por ello hemos insistido una y otra vez en la necesidad de buscar salidas políticas, acuerdos, que posibiliten la solución incruenta de la crisis colombiana, esfuerzo que ha chocado con la ausencia de voluntad de la clase gobernante que nunca ha incluido una solución así como parte de su agenda. En nuestro país, desde las épocas del Libertador Simón Bolívar, sus enemigos, los usurpadores del poder, y sus actuales herederos, se impusieron y se sostienen con la violencia, el crimen político, la corrupción, la mentira, creando en Colombia una cultura política pugnaz, químicamente ensangrentada, desafiante, de guerra sucia permanente, rapaz, intolerante, donde los magnicidios y las masacres siempre están al orden del día. Cultura reforzada desde 1.948 con la doctrina de seguridad nacional que como concepción de Estado irrigó el Pentágono estadounidense
En América Latina y de lo cual Colombia hoy es, para tragedia nuestra, la resaca donde subsiste la tesis del enemigo interno al que se debe aplastar. Se conoce que las condiciones de lucha a través de las cuales los pueblos buscan sus ideales y bienestar las determina el Estado. Si hay garantías primarán los amplios, difíciles pero civilizados caminos de la tolerancia; si se impone el terrorismo como práctica del Estado, se legitiman la rebelión y la insurgencia revolucionaria. Y este es el caso colombiano.
¿A que se deben los últimos acontecimientos y las enormes pérdidas que ha sufrido las FARC con la muerte de líderes tan importante como Raúl Reyes y Marulanda? ¿Eso significa que las FARC se han debilitado o que el ejército colombiano se ha fortalecido?
La confrontación armada en Colombia se ha prolongado dolorosamente en el tiempo pues son algo más de 44 años de permanente enfrentamiento. Un conflicto ‘sui generis’, con características muy particulares, en donde diariamente se producen más de cien hechos de guerra, de distintas dimensiones y características, pero todos con sus consecuencias lógicas. Es decir, vivimos una guerra con todos sus horrores como parte de la tragedia cotidiana de los colombianos. Y en una dinámica tal, los riesgos individuales son permanentes. Quienes hemos tomado la decisión de integrar las FARC somos consientes de eso. Le ponemos el pecho a la tormenta para respaldar nuestras propuestas y asertos. Así, hemos ofrendado la sangre de valiosos camaradas, en esta lucha por alcanzar la nueva Colombia con democracia, soberanía y justicia social. La caída de Raúl, de Iván Ríos, de Martín Caballero, de Acacio, Libardo, Chucho, Juan Carlos, Héctor, Dago, Yurley, Yurani, Camilo, Gloria, Daniela, Jorge Paisa, Walter y muchos más en los campos de batalla, es parte del precio por alcanzar la libertad, como años atrás también sucedió con Antonio José de Sucre, Antonio Ricaurte y tantos otros. La muerte de todos ellos nos afectó, por supuesto, sensiblemente, pero de inmediato otros han cubierto su lugar. Así ha sido la historia de las FARC Caso aparte es el fallecimiento de nuestro comandante en jefe Manuel Marulanda Vélez, quien por su condición de conductor, estratega y aglutinante de toda la guerrillerada durante 44 años, es decir, desde siempre, generó un vacío irremplazable. Solo el esfuerzo de un colectivo, como el del Secretariado del Estado Mayor Central, nos ha posibilitado mantener y desarrollar nuevas dinámicas para proseguir tras los objetivos irrenunciables que nos hemos fijado.
Como revolucionarios y luchadores de la causa popular estamos obligados a buscar las vías menos dolorosas para alcanzar el poder. Pues la historia enseña que en las guerras los más afectados son los sectores populares, siendo
Colombia muestra palmaria. Por ello hemos insistido una y otra vez en la necesidad de buscar salidas políticas, acuerdos, que posibiliten la solución incruenta de la crisis colombiana, esfuerzo que ha chocado con la ausencia de voluntad de la clase gobernante que nunca ha incluido una solución así como parte de su agenda. En nuestro país, desde las épocas del Libertador Simón Bolívar, sus enemigos, los usurpadores del poder, y sus actuales herederos, se impusieron y se sostienen con la violencia, el crimen político, la corrupción, la mentira, creando en Colombia una cultura política pugnaz, químicamente ensangrentada, desafiante, de guerra sucia permanente, rapaz, intolerante, donde los magnicidios y las masacres siempre están al orden del día. Cultura reforzada desde 1.948 con la doctrina de seguridad nacional que como concepción de Estado irrigó el Pentágono estadounidense
En América Latina y de lo cual Colombia hoy es, para tragedia nuestra, la resaca donde subsiste la tesis del enemigo interno al que se debe aplastar. Se conoce que las condiciones de lucha a través de las cuales los pueblos buscan sus ideales y bienestar las determina el Estado. Si hay garantías primarán los amplios, difíciles pero civilizados caminos de la tolerancia; si se impone el terrorismo como práctica del Estado, se legitiman la rebelión y la insurgencia revolucionaria. Y este es el caso colombiano.
¿A que se deben los últimos acontecimientos y las enormes pérdidas que ha sufrido las FARC con la muerte de líderes tan importante como Raúl Reyes y Marulanda? ¿Eso significa que las FARC se han debilitado o que el ejército colombiano se ha fortalecido?
La confrontación armada en Colombia se ha prolongado dolorosamente en el tiempo pues son algo más de 44 años de permanente enfrentamiento. Un conflicto ‘sui generis’, con características muy particulares, en donde diariamente se producen más de cien hechos de guerra, de distintas dimensiones y características, pero todos con sus consecuencias lógicas. Es decir, vivimos una guerra con todos sus horrores como parte de la tragedia cotidiana de los colombianos. Y en una dinámica tal, los riesgos individuales son permanentes. Quienes hemos tomado la decisión de integrar las FARC somos consientes de eso. Le ponemos el pecho a la tormenta para respaldar nuestras propuestas y asertos. Así, hemos ofrendado la sangre de valiosos camaradas, en esta lucha por alcanzar la nueva Colombia con democracia, soberanía y justicia social. La caída de Raúl, de Iván Ríos, de Martín Caballero, de Acacio, Libardo, Chucho, Juan Carlos, Héctor, Dago, Yurley, Yurani, Camilo, Gloria, Daniela, Jorge Paisa, Walter y muchos más en los campos de batalla, es parte del precio por alcanzar la libertad, como años atrás también sucedió con Antonio José de Sucre, Antonio Ricaurte y tantos otros. La muerte de todos ellos nos afectó, por supuesto, sensiblemente, pero de inmediato otros han cubierto su lugar. Así ha sido la historia de las FARC Caso aparte es el fallecimiento de nuestro comandante en jefe Manuel Marulanda Vélez, quien por su condición de conductor, estratega y aglutinante de toda la guerrillerada durante 44 años, es decir, desde siempre, generó un vacío irremplazable. Solo el esfuerzo de un colectivo, como el del Secretariado del Estado Mayor Central, nos ha posibilitado mantener y desarrollar nuevas dinámicas para proseguir tras los objetivos irrenunciables que nos hemos fijado.
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