
Que lejos quedaron aquellos días en que Guillermo León Saenz Vargas, un estudiante aventajado, causaba una cierta admiración entre sus compañeros por el gran interés que ponía en historia, su asignatura preferida, por entonces, en el colegio Fray Cristóbal de Torres de Bogotá.
Sus padres de clase media alta hicieron todo lo posible por proporcionarle los medios para alcanzar un nivel de estudio acorde con la época y él con el tiempo llegó a ser un antropólogo, pasando algunos años en prisión por su militancia y actividades políticas, fundamentalmente en el Partido Comunista de Colombia, hasta que llegó el momento, muy meditado, según él, de tomar la decisión de entrar en la selva e integrarse en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Desde entonces pasaron 30 años. Convertido ya en Alfonso Cano, su nombre de guerra, seguramente jamás pensó que el 25 de mayo de 2008 pasaría oficialmente a ser el hombre que ocupara el espacio dejado en las FARC tras la muerte de una de las personas que mas admiraba, Manuel Marulanda. Una cosa no ha cambiado, su eterno aspecto de intelectual de los años 60. Ahora mucha gente en Colombia espera de él, como líder, que dé pasos trascendentales para que se logre la pacificación de un país y de un pueblo que merece vivir en paz.
Históricamente, en qué se parecen las FARC actuales a las de la época de sus comienzos.
Los objetivos de justicia social, soberanía nacional y democracia avanzada en marcha al socialismo que levantamos desde el primer día se mantienen vigorosamente vigentes como producto de las estrategias del régimen político que incrementaron la violencia, ahondaron las diferencias sociales y mantienen arrodillada la dignidad nacional ante los gobiernos de los Estados Unidos. Hace 44 años nacimos resistiendo a la operación militar denominada Plan LASO (Latin American Security Operation) que concebida, diseñada, instrumentada, financiada y dirigida desde Washington se desató como respuesta oficial a los justos reclamos del campesinado de Marquetalia, en el sur del departamento del Tolima, que exigía freno a la violencia paramilitar, tolerancia política, respeto a la propiedad campesina y mejoras en las condiciones de vida. Corrían los tiempos de la guerra fría y la paranoia gringa en esta parte del mundo catapultaba las concepciones de la seguridad nacional en todos nuestros países al tiempo que avanzaban victoriosos los movimientos de liberación nacional, la revolución cubana y la resistencia del pueblo de Vietnam. El entorno ha cambiado pero la esencia de la crisis colombiana, no: el régimen ha incrementado su estrategia de terror anti popular y paramilitar; la frontera agrícola del país se amplió pero aumentaron el despojo y la concentración de tierras y creció dramáticamente el desplazamiento campesino, todo lo cual significa más tierra fértil, en menos manos, y mayores cinturones de miseria en las ciudades; la corrupción administrativa campea en el aparato estatal llegando a límites inconcebibles dado el inmenso poder corrosivo del narcotráfico.
Sus padres de clase media alta hicieron todo lo posible por proporcionarle los medios para alcanzar un nivel de estudio acorde con la época y él con el tiempo llegó a ser un antropólogo, pasando algunos años en prisión por su militancia y actividades políticas, fundamentalmente en el Partido Comunista de Colombia, hasta que llegó el momento, muy meditado, según él, de tomar la decisión de entrar en la selva e integrarse en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Desde entonces pasaron 30 años. Convertido ya en Alfonso Cano, su nombre de guerra, seguramente jamás pensó que el 25 de mayo de 2008 pasaría oficialmente a ser el hombre que ocupara el espacio dejado en las FARC tras la muerte de una de las personas que mas admiraba, Manuel Marulanda. Una cosa no ha cambiado, su eterno aspecto de intelectual de los años 60. Ahora mucha gente en Colombia espera de él, como líder, que dé pasos trascendentales para que se logre la pacificación de un país y de un pueblo que merece vivir en paz.
Históricamente, en qué se parecen las FARC actuales a las de la época de sus comienzos.
Los objetivos de justicia social, soberanía nacional y democracia avanzada en marcha al socialismo que levantamos desde el primer día se mantienen vigorosamente vigentes como producto de las estrategias del régimen político que incrementaron la violencia, ahondaron las diferencias sociales y mantienen arrodillada la dignidad nacional ante los gobiernos de los Estados Unidos. Hace 44 años nacimos resistiendo a la operación militar denominada Plan LASO (Latin American Security Operation) que concebida, diseñada, instrumentada, financiada y dirigida desde Washington se desató como respuesta oficial a los justos reclamos del campesinado de Marquetalia, en el sur del departamento del Tolima, que exigía freno a la violencia paramilitar, tolerancia política, respeto a la propiedad campesina y mejoras en las condiciones de vida. Corrían los tiempos de la guerra fría y la paranoia gringa en esta parte del mundo catapultaba las concepciones de la seguridad nacional en todos nuestros países al tiempo que avanzaban victoriosos los movimientos de liberación nacional, la revolución cubana y la resistencia del pueblo de Vietnam. El entorno ha cambiado pero la esencia de la crisis colombiana, no: el régimen ha incrementado su estrategia de terror anti popular y paramilitar; la frontera agrícola del país se amplió pero aumentaron el despojo y la concentración de tierras y creció dramáticamente el desplazamiento campesino, todo lo cual significa más tierra fértil, en menos manos, y mayores cinturones de miseria en las ciudades; la corrupción administrativa campea en el aparato estatal llegando a límites inconcebibles dado el inmenso poder corrosivo del narcotráfico.
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