“La situación de Gaitania es tan tensa que hemos optado por callar”, dijo un presidente de la junta de acción comunal, apesadumbrado y por entre los dientes. Cómo él, fueron muchos los presidentes de juntas de acción comunal que manifestaron en voz baja parte del drama que están viviendo los campesinos del sur del Tolima, especialmente Planadas, Ataco, Rioblanco y Chaparral. Esta extensa zona, siempre ha sido escenario de represión militarista, ahora con más fuerza en el triste período de la mal llamada “seguridad democrática” del narcoparamilitar presidente, Álvaro Uribe Vélez.
La zozobra amarga de la guerra es permanente. Helicópteros militares ensordecen el ambiente con su ruido permanente. Los ametrallamientos acaban con vegetación, fauna y sobre todo, la tranquilidad de sus moradores. “Esto es pan diario de cada día”, dijo un habitante de Planadas con gesto de resignación y amargura infinita. “Es la única forma de hacer presencia el Estado”, dijo otro habitante conteniendo su indignación e impotencia.
El siete de diciembre, a las siete de la noche, “Sayayin” mecánico de motos de Gaitania, fue brutalmente golpeado por unidades militares, lo mismo que su mujer. Echaron tiros al aire destrozando las cuerdas del alumbrado público y atemorizaron de esta manera a los habitantes para que no intercedieran por este personaje de la zona, ampliamente conocido por todos y todas. El imperio de la fuerza bruta de la represión se impuso una vez más en la histórica población. El abono químico, especialmente el úrea no lo dejan pasar en los retenes militares. El alimento es restringido, hay que hacer filas y filas para poder comprar cierta cantidad de alimentos, señalan los labriegos de la zona. El hostigamiento es permanente, se meten a las casas, toman las escuelas, señalan a los campesinos de compinches de la guerrilla. Por eso, los campesinos se ven precisados a traer los alimentos de otras regiones, más caros, porque no tienen el menor respaldo del Estado con proyectos productivos y a bajo interés. Pero, adicionalmente, muchos son destruidos con los frecuentes bombardeos o las fumigaciones indiscriminadas. El miedo a denunciar los campesinos es inmenso. Temen las represalias. Por eso resulta muy complicado sacar información sobre lo que realmente está sucediendo en la vasta zona limítrofe con el departamento de Huila. La presencia de la administración municipal tampoco es muy fuerte en este lugar. El hombre del agro está a merced de sus propias energías para salir adelante y poder tener un pedazo de alimento para el círculo familiar. La juventud no tiene futuro, porque no hay propuestas concretas para ella, tampoco para la mujer, los niños y los veteranos adultos. Cada quien se mueve y lucha de acuerdo a su capacidad de resistencia. Sin embargo, son campesinos buenos, generosos y amables.
Son personas que comparten un tinto con alegría y sinceridad. Hay en sus rostros quemados por el sol las ganas de salir adelante. Están dispuestos a luchar y en el fondo intranquilo de sus corazones sienten que las grandes soluciones están en la izquierda, pues la derecha ha demostrado hasta la saciedad que no es capaz de resolver el problema socio – económico de sus habitantes. Sin tener aún claridad sobre el fundamento y la razón de ser del Polo Democrático Alternativo ya lo miran como un partido que podría despertar la esperanza de un cambio real, que ponga fin a la sórdida violencia de Estado y que esos recursos contribuyan al crecimiento y desarrollo de los campesinos sin privilegios de ninguna naturaleza.
La esperanza es la paz. Paz que es hija del desarrollo comunitario y de la justicia social, que se concreta con reformas estructurales, con la salida política e intercambio humanitario ya. Paz que permita arar la tierra, la comercialización de los productos, la salud y la educación al alcance de todos en el momento oportuno. Por eso, el presidente de El Mirador, señala casi en tono de súplica: “Hace falta la instrucción en las comunidades para que ellas entiendan por qué la lucha”. Ibagué, diciembre 16 de 2009
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