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1. La política militar del Siglo XX y América Latina.
El dominio militar de los EEUU sobre América Latina se apoyó fundamentalmente, a lo largo del siglo XX, en la organización de un triángulo que cubría el Caribe, con uno de sus vértices plantado en Panamá en la “Zona del Canal”. Sólo los desafíos de la II Guerra Mundial lograron poner sobre el mapa de guerras al Pacífico central y como espacio de seguridad al territorio continental sureño, debido esto último a la incorporación directa de las reservas de Brasil, Argentina, Venezuela, Perú, Bolivia y Chile en el litigio.
“El despertar de AméricaLatina no debe ser obstaculizado, sino apoyado para poder propiciar la paz. Una nueva conciencia se está creando en el hombre latinoamericano y sólo podrá haber paz si se permite que esta conciencia siga su propio cauce. Quien se opone a esta actitud está creando la hostilidad que propicia la existencia de convulsiones. Si se nos impide emprender cambios pacíficos, estamos empujando a nuestros pueblos a que propicien cambios violentos”.
Omar Torrijos Herrera.
1. La política militar del Siglo XX y América Latina.
El dominio militar de los EEUU sobre América Latina se apoyó fundamentalmente, a lo largo del siglo XX, en la organización de un triángulo que cubría el Caribe, con uno de sus vértices plantado en Panamá en la “Zona del Canal”. Sólo los desafíos de la II Guerra Mundial lograron poner sobre el mapa de guerras al Pacífico central y como espacio de seguridad al territorio continental sureño, debido esto último a la incorporación directa de las reservas de Brasil, Argentina, Venezuela, Perú, Bolivia y Chile en el litigio.
De todos es sabido que el fin de la II Guerra dejó una nueva distribución de fuerzas en el mundo y una nueva carta de conflictos determinada por el enfrentamiento de dos sistemas antagónicos de desarrollo. Se inauguró lo que se llamó la “Guerra Fría”, cuyo teatro de guerra fundamental fue la frontera Euroasiática y la bomba atómica, el armamento disuasivo principal. En este marco Panamá, habiendo demostrado vulnerabilidades por el Pacífico, fue reforzada con la ampliación del pie de fuerza norteamericano y de las infraestructuras ubicadas en las riberas Sur del Canal, especialmente en los aspectos naval y aéreo. Pero el resultado de la guerra, ya lo hemos dicho, fue también que América del Sur tomó importancia estratégica para los EEUU como reserva energética, mineral y alimentaria. Así que se trazaron a su vez, varios anillos de seguridad para garantizar el transporte marítimo de la materia prima extractiva, pasando el último de éstos por el Istmo, justo donde se situaba el vértice Sur del triángulo defensivo del Caribe.
Desde este punto de vista, las bases yanquis en Panamá tomaron poco a poco un carácter estratégico global de primer orden, insertas como fueron en el sistema mundial de seguridad de los “espacios vitales” de Washington. Se trazó en ese marco, hacia la región hemisférica, la doctrina de contención contrainsurgente, con vías a garantizar el estatus quo de dominio imperial y neutralizar en el escenario continental a su enemigo principal, el “comunismo”. Y nace así el Comando Sur, uno de los comandos estratégicos del mundo, con su Cuartel Central ubicado en la zona interoceánica.
Las bases estacionadas en el Canal asumieron entonces dos funciones fundamentales: la de garantizar la contención del “comunismo” a nivel del continente, y la de defender el canal a nivel del país; y con ello nos metieron a paso forzado y en “platea”, en el Conflicto Este-Oeste. Seguros estamos que sobre tal política pesó, en grande, el desarrollo creciente en la región de la base social y política antifascista y progresista resultante de la II Guerra Mundial, la cual había madurado profundamente en términos de conciencia democrática y nacional por las estrategias de alianzas alcanzadas durante el conflicto.
2. La Cuba socialista: un nuevo capítulo.
El triunfo de la revolución cubana abrió un nuevo capítulo en el Continente por su significado geopolítico. La URSS, cabeza del sistema socialista y hasta ese momento a distancia del continente, llegaba a nuestras playas. Esto transformó de inmediato la composición y tamaño del Comando Sur, así como el armamento emplazado en el patio. Por ejemplo, fuimos el primer país al Sur de Río Bravo, en tener dentro de su territorio misiles inteligentes autogobernados tierra-aire, tierra-mar y tierra-tierra, estos últimos apuntando hacia Cuba. Howard (base aérea) pasó a ser una base estratégica que cubría no solo al Caribe, sino a todo el territorio continental; se ampliaron y modernizaron todos los dispositivos de inteligencia destinados a la “alerta temprana” ‒incluso en territorio marítimo‒, y se incrementaron las capacidades para el apoyo logístico de las unidades especiales. La Brigada 193 de Infantería fue estructurada con componentes aerotransportados de largo alcance, lo que dio servicio por ejemplo a Bolivia, Brasil, Colombia y otros países del Cono Sur. Y por supuesto, todo este proceso continuo intensificándose con el desarrollo de los movimientos de liberación nacional en nuestros países, sobre todo de los años 1960 en adelante.
Quiere decir que la llegada de la potencia extra-continental al traspatio imperial había hecho de la guerra de alta intensidad hacia la región, ya no una posibilidad lejana sino una pesadilla cercana en las cabezas guerreristas del Pentágono, a la vez que las hipótesis de guerra contrainsurgente se verificaban en la geografía continental. Esto se expresa especialmente en una política de “mano fuerte” entre finales de los años 1960 y finales de los 70, con el incremento de regímenes dictatoriales reaccionarios montados por las agencias conspirativas imperialistas; pero también y como negación, en las disidencias dentro de las propias filas del sistema hemisférico de la “Seguridad Nacional”, de militares latinoamericanos que asumían vías nacionalistas progresistas con significativas transformaciones sociales para sus pueblos.
Son estas tendencias las que empujan a los EEUU a darle una mayor coherencia y ámbito de acción a su guerra contrainsurgente basada en la doctrina de “Defensa y Desarrollo Interno” (DDI), con la llamada “Guerra de Baja Intensidad”, la cual propuso desde sus orígenes no solamente enfrentar las guerras emergentes de liberación nacional, sino combatir también en la misma escala a los gobiernos disidentes, con guerras insurgentes contrarrevolucionarias. Esta concepción implicó claramente nuevos emplazamientos en la región, como fueron los de posicionamientos avanzados en las retaguardias de los escenarios de guerra (por ejemplo en Honduras frente al sandinismo); el montaje de dispositivos mediáticos complejos de guerra psicológica; un papel agresivo de la actividad diplomática del “garrote y la zanahoria”, y sobre todo, el perfeccionamiento y sofisticación de las operaciones de inteligencia y contrainteligencia. El mejor ejemplo lo vivimos en nuestro país, Panamá, en el que no solamente se aplicó toda la receta de la “Guerra de Baja Intensidad”, sino que se llevó a nivel de “Guerra de Mediana Intensidad”, del tipo “Convencional Limitada” con la Operación “Causa Justa” de invasión, a fin de destruir el aparato defensivo militar nacional, verdadero objetivo de la operación. Como lo hemos afirmado en otras ocasiones, la guerra de invasión a Panamá significó el punto de inflexión que marcó el viraje global del Conflicto Este-Oeste hacia el Conflicto Norte-Sur, en un contexto en el que la hegemonía sobre los mercados de suministros de materias primas estratégicas semitransformadas y sus vías de transporte, sobre los recursos naturales como el agua y el petróleo, y sobre el abanico de valores financieros neo-coloniales alcanzaban para la potencia imperialista la mayor importancia en su proyección de poder…
3. La caída del “Muro de Berlín” y la nueva guerra.
La caída del sistema socialista acentúa este proceso de reordenamiento del conflicto mundial tradicional, fenómeno que se manifiesta ya claramente en la “Guerra del Golfo”, y luego en las invasiones a Irak y Afganistán, donde se demuestra un completo refinamiento de lo aplicado en Panamá. Algunos aspectos de estas guerras valen ser subrayados:
Lo primero es que para el éxito de las operaciones, las nuevas tecnologías militares no exigen aquellos grandes emplazamientos estratégicos fijos, en posiciones avanzadas cercanas a los teatros de guerra como lo fueron por ejemplo, las bases de Tailandia con relación a Vietnam. Las operaciones de mediana intensidad contra Panamá partieron cómodamente desde Fort Bragg, Carolina del Norte en EEUU y Vieques en Puerto Rico. Los bombarderos invisibles en particular, nunca tocaron la tierra panameña; sólo las acciones tácticas de infantería usaron las bases canaleras del Comando Sur como apoyo, y sus unidades llegaron la misma noche de los encuentros de guerra. El Estado Mayor trabajó desde el territorio norteamericano en tiempo real, bajo la dirección del Jefe de Estado Mayor Conjunto, y las fuerzas acantonadas tradicionalmente en el área del canal hicieron un trabajo más que todo policíaco; les tocó hacer la “limpieza” final y custodiar el nuevo orden.
Lo segundo es la extrema importancia asignada al factor sorpresa y velocidad, así como la alta concentración de fuerza aplicada a los pequeños espacios; el rol abarcador del “estratagema” en el campo táctico, la labor precisa de la inteligencia sobre los blancos de guerra y el uso de armamento inteligente especialmente destructivo. Todos estos elementos fueron fundamentales durante la Operación “Causa Justa”, así como la predominancia de la guerra psicológica (casi una verdadera bomba “neutrónica” dirigida al alma nacional, que antecede a la operación militar de fuego) y la acción diplomática envolvente. En el caso nuestro el imperio vistió de narcotráfico al enemigo de guerra, en la figura del Gral. Noriega; en el caso de Irak y Afganistán construyó al fantasma del terrorismo sobre las figuras de Hussein y Bin Laden, y en los tres casos el recurso fue bueno para el éxito de la actividad diplomática de aislamiento, si bien de corta vida porque la verdad reflota en la superficie luego de los desenlaces violentos. De cualquier forma, en este terreno de la violencia lo que no podemos pasar por alto, es que el tiempo vale oro independientemente de la duración, aunque represente sólo cambios que nada más resistan una pantalla mediática.
Lo tercero es el papel de la naval, que está ocupando casi el puesto de las fortalezas fijas en posición avanzada. Hoy por hoy un portaviones es una verdadera base militar móvil, capaz de sostener batallones completos aerotransportados de desplazamiento rápido, infantería naval y escuadras de aviones tácticos bombarderos, con sistemas de guianza satelital y de ubicación precisa del enemigo. Significa que no se necesitan ya pies de fuerza numerosos y permanentes en tierras continentales ajenas, sino justo lo necesario para un sostén logístico.
Por último, la electrónica y las telecomunicaciones se han tornado en pieza nodal de la dirección de la guerra. Dentro de los parámetros doctrinales actuales y las estrategias que se deducen, los emplazamientos multinacionales, en sistema, de estos equipos y su personal técnico y militar devienen estratégicos; reemplazan la existencia de cualquiera base militar tradicional como centros de mando operacional. Y tienen la singularidad de que pueden ser manejados, en un alto porcentaje, por personal civil.
4. El enemigo y las nuevas hipótesis de guerra.
En resumen, las hipótesis de guerra yanquis están dominadas al presente por la contradicción creciente y antagónica, no solamente entre los movimientos de liberación nacional y el estatus-quo oligárquico imperialista de nuestras naciones, sino ya, entre Estados del sub-continente, que asumen la vía de la independencia ‒todavía sin construir una sociedad socialista‒ y los Estados del Norte dispuestos a imponer a toda costa sus políticas neocoloniales.
Esto ha sido simplificado y cubierto con la envoltura del narcotráfico y el terrorismo en el campo de la percepción, para su venta fácil al mercado planetario. El terrorismo tomó figura de enemigo estratégico con los hechos del 11 de septiembre en los Estados Unidos, mientras que el narcotráfico ya había cabalgado en nuestra historia continental por varios años. Pero en los dos casos, es simplemente la necesidad de formular un nuevo blanco, manejable, que justifique su política de guerra, una vez ha caído el caballito alado del “comunismo”.
Sobre el narcotráfico, es importante precisar que “el negocio” (porque es un negocio) es creación de ellos mismos; y como fenómeno es expresión profunda de la crisis estructural, financiera y política del sistema capitalista en su estado de salud terminal. Éste se sostiene sobre una mercancía especialmente dual por sus atributos de valores y circunstancialmente vital en el mercado de consumo de su juventud, junto a las tareas sucias de la guerra. Actualmente el más alto porcentaje de las psicotrópicas corren por las filas del propio ejército norteamericano. El problema presente es que todo ello se les ha transformado en un hongo, que los está decapitando con su crecimiento exponencial al salírseles del control de sus manos y convertirse en un ingrediente brutal de la crisis financiera que los abruma y del desmoronamiento social. Entonces hay interés real (esto es cierto), de retomar el control de sus flujos ‒no de eliminarlo o castigarlo‒, con la singularidad ahora de que han nacido intereses particulares que corporativamente se manejan por encima de las fronteras nacionales y al margen de toda institucionalidad formal. La diferencia en este marco entre ese Norte de expoliación salvaje y nuestro Sur de pueblos bolivarianos, es que lo que para ellos representa un negocio altamente rentable y medio de sobrevivencia de la plutocracia alcanzada, para nosotros representa un instrumento complicado de deformación de nuestras economías, de desestabilización política; un serio ingrediente contra la formación espiritual y patriótica de nuestras juventudes y un factor agresivo violatorio de nuestras soberanías nacionales. Hay pues dos visiones diferentes de un mismo problema.
Su lucha, que quede claro, no es entonces para liquidar un “negocio” creciente y atractivo, cuyos flujos monetarios masivos, al reflotar en la economía legal bajo los controles del tesoro federal habrán generado ya ‒y continuarán generando‒ exorbitantes ganancias; un negocio que mueve en los actuales momentos críticos de la producción industrial capitalista, una parte sustancial de la economía mundial y que financia sus políticas de guerra. Tenemos que ser exactos pues, al entender este problema: lo que EEUU trata de resolver, con su espectáculo de guerra “sin cuartel” al narcotráfico es nada más y nada menos que volver a reservarse el control del circuito de flujos de la mercancía y dineros, con la dificultad ahora, de encontrar condiciones muy complejas por el surgimiento de intereses independientes que ya no quieren aceptarlo de “mandador”.
Es de esta forma que para ellos, eso que fue una necesidad se les ha vuelto un dolor de cabeza y un nuevo factor de conflicto, si bien ya no del tipo Este-Oeste. Es un conflicto en otra vertiente, que además ha ganado dimensión geopolítica al transformarse como sector económico en un polo real de poder transnacional, dominando incluso a Estados, lo cual les preocupa porque a través de las miles de aristas que presenta como negocio, también queda al alcance de lo que han calificado “terrorismo internacional”. Es decir que está al alcance de los movimientos revolucionarios de liberación que enfrentan la violencia del terrorismo estatal, y no solamente como fuente de financiamiento sino y sobre todo, como medio de obtención de armamentos.
Pero la pregunta central sigue siendo para nosotros: es este el enemigo estratégico del Pentágono en América Latina?... Pues no… El enemigo estratégico son los movimientos de liberación nacional y de transformación revolucionaria socioeconómica, las fuerzas que ya sean como gobierno o como movimientos alternos luchan por nuestra verdadera independencia y se proponen levantar un desarrollo nacional progresista, con profunda equidad social.
5. Las nuevas bases militares del Pentágono en América Latina y Panamá.
Si seguimos la lógica de la doctrina planteada por el Pentágono, indiscutiblemente que el espacio de cobertura continental se les complica para sus estrategias, por las condiciones que ofrecen los contextos del conflicto Norte-Sur para las nuevas hipótesis de guerra y sus escenarios. Esto lo pudimos percibir claramente en Panamá después de la invasión y en la manifestación expresa de sus intereses al solicitar la permanencia de varios de sus emplazamientos en el área del Canal, aduciendo las necesidades de la seguridad del canal y de los nuevos conflictos que estaban supuestamente en su mesa de examen, como los del narcotráfico, la “bomba” migratoria, la ayuda humanitaria en caso de desastres, etc. Lo que hoy proponen para Colombia, es ni más ni menos lo que propusieron para Panamá con la máscara del Centro Multinacional Antinarcóticos (CMA) durante el segundo lustro de los años 1990, que no era más que un puesto avanzado para la logística de control territorial del sub-continente, basado en la geometría que habían inaugurado desde mediados del Siglo XX (los anillos de seguridad para el Sur y el triángulo defensivo del Caribe).
La resistencia del pueblo panameño, a pesar de las difíciles condiciones en que desarrolló la lucha, derrotó esas nefastas intenciones. Y como consecuencia les desorganizó todo el esquema militar del Siglo XXI para la región. Han pasado hasta ahora 10 años de aquella derrota el 31 de diciembre de 1999, cuando tuvieron que sacar todas sus bases militares del territorio nacional en cumplimiento de los Tratados Torrijos Carter, y todavía no encuentran cómo reordenar el diseño. La geometría tradicional les ha variado varias veces; pues en ese lapso el triángulo defensivo caribeño se les hizo escaleno al tocar Ecuador, variando su centro de gravedad original; los anillos sureños se les achataron; se les ha perdido luego el vértice del triángulo al liquidarse la Base de Manta con el gobierno revolucionario de Rafael Correa, y por último han tenido que poner el vértice perdido, por lo general propio de territorios seguros en la retaguardia de los teatros de guerra, en la zona de mayor conflicto, en el país de la guerra, en el balcón de las operaciones de combate. Si nos alumbramos con sus antecedentes en Panamá, no me equivoco al afirmar que pueden estar tranquilos los narcotraficantes colombianos, porque ahora la droga viajará de forma expedita y por avión a los EE.UU., bajo custodia militar y sin pasar por México; pero además, que pronto podremos ver a las fuerzas armadas de liberación de Colombia, pertrechados con un sofisticado armamento de fuego, de primera línea.
El complejo de bases militares para Colombia debe interpretarse entonces en relación con la doctrina global de la “Seguridad Nacional” norteamericana, aplicada a los problemas planteados por el conflicto estratégico Norte-Sur del hemisferio, y las hipótesis y escenarios de guerra surgidos por las nuevas condiciones de esta América, que ha decidido asumir sus propios patrones de desarrollo, sin tutelas imperiales, tomando como plataforma sus ventajas comparativas y capacidades competitivas. Hay algunas de carácter estratégicas dirigidas a toda la región, como son la aérea de Palanquero en el Magdalena Medio y las navales en Cartagena (Atlántico) y Málaga (Pacífico) para el apoyo a su IV Flota; otras en tanto, son de carácter tácticas, dirigidas en lo medular a impartir adiestramiento sobre la “guerra sucia”, a garantizar la dirección de las operaciones contra las fuerzas insurgentes revolucionarias colombianas, a fortalecer la seguridad de sus emplazamientos estratégicos (todo lo cual los enrumba por los caminos de Afganistán), y finalmente a darle apoyo logístico a la subversión contra el proceso revolucionario de Venezuela[1]. La formulación es en esencia la misma que se le presentó a Panamá para continuar su presencia militar en el país después del año 2000. Si algo ha cambiado es que no vemos por ejemplo, la réplica de la gran Base de Clayton acogiendo de forma permanente una Brigada de infantería y algunos batallones específicos, entre los cuales el Batallón 470 de inteligencia. Pero es que, como ya hemos dicho, esas enormes unidades no son hoy necesarias; y luego, la inteligencia se ha reducido a unidades de “Think Tanks” agregados de procesadoras y complejas redes digitales, trabajando en tiempo real. Desde este ángulo, su centro está muy bien resguardado en el “bunker” de la inteligencia para América Latina que abriga la nueva Embajada de los Estados Unidos en nuestro país.
Mucho se ha hablado últimamente de convenios y nuevas bases militares norteamericanas en Panamá. Al respecto queremos aclarar que Panamá no precisa al presente, de ningún convenio nuevo para que opere cómodamente el manual militar yanqui a favor del papel que le ha asignado al territorio ístmico en el nuevo mapa geopolítico. Primeramente, el Tratado de Neutralidad Permanente firmado en el marco de los Tratados Torrijos‒Carter reservaron para ellos derechos residuales neocoloniales en el terreno militar, como son el compromiso de la defensa conjunta con el fin de mantener abierto de forma permanente el Canal de Panamá, o el derecho al paso expedito de naves militares norteamericanas, que es interpretado por ellos como “paso prioritario” (lo cual viola la neutralidad) y por nosotros como “una tramitación simplificada”. Esto, sumado a las posiciones que volaban en el Senado norteamericano sobre los Tratados, desfigurando su verdadero sentido, hizo que el Gral. Torrijos manifestara tajantemente al Presidente Carter, el día de su firma en la sede de la OEA en Washington, que el mismo “nos coloca bajo el paraguas defensivo del Pentágono, pacto éste que, de no ser bien administrado juiciosamente por las futuras generaciones, puede convertirse en instrumento de permanente intervención”[2]… A nuestro pueblo más tarde le diría también: “para que haya intervención, tiene que haber un pueblo con vocación de ser intervenido. Jamás ha detenido a un ejército un letrero que diga «Se prohíbe pasar». Todos sabemos qué es lo único que puede detener una intervención… y eso (…) le sobra al panameño”[3].
Sobre el piso de este tratado, luego de la invasión y del montaje político bipartidista que hicieron los invasores para estabilizar el país, se han firmado hasta la fecha cinco convenios que autorizan diversas formas de actividad militar norteamericana en el territorio nacional[4] y una ley que reestructura la fuerza pública como fuerza policíaca y contrainsurgente; en otras palabras, la base jurídica de las relaciones bilaterales para los efectos de una incursión foránea y para el pie de fuerza nacional que ha de implementar su estrategia está ya firmada, no como un patético libro colonial, aunque sí como una enciclopedia neocolonial; y en esto han participado voluntariamente tanto los gobiernos derechistas de nuestra oligarquía conservadora como los centroderechistas de la cúpula “torrijera” del Partido Revolucionario Democrático, partido paradójicamente fundado por el Gral. Omar Torrijos H.
Sobre las bases militares recientemente anunciadas, decimos que son en su expresión formal y estructural pequeñas bases aeronavales panameñas, que recibirán una mínima dotación de personal naval (al mando de una patrullera), unidades del servicio aéreo (para helicópteros) y de policías guarda fronteras (unidades especiales). Son once bases en total a lo largo de nuestras costas e islas, que si las analizamos en términos de la actual actividad del narcotráfico en el territorio, o de necesidades nacionales como el control de la pesca ilegal, el custodio de las entradas del Canal, etc., no solamente son correctas en su ubicación sino que faltarían algunas más.
No existe pues ninguna base estratégica norteamericana programada, porque no la necesitan sencillamente; con las de Colombia tiene suficiente. El problema para nosotros es de otra índole; es conocer a qué doctrina responde lo que se va a instalar. En ese sentido corresponde preguntarse, cuál es el enemigo por el cual serán instaladas?... Quién tiene la voz central de mando en ellas?... Sabido es que cada una de las bases tendrá emplazados radares y sistemas de telecomunicaciones satelitales que serán manejados por empresas “civiles” norteamericanas… Y entonces la pregunta es: a qué dispositivo de inteligencia irá directamente la información recogida y quién decidirá con ésta, sobre las operaciones?... Nuestra experiencia en esto del narcotráfico, es que no todos los narcotraficantes son enemigos de la DEA, ni todos los que trafican armas por nuestras aguas son enemigos de la CIA o del Pentágono; sin embargo sí pueden ser enemigos de nuestra patria.
Si respondemos a estas preguntas con sentido lógico, encontraremos que la ecuación propuesta es perfecta para ellos. Somos una especie de “agencia privada de seguridad” al servicio de sus grandes bóvedas de dólares, de sus “Price Smart” hemisféricos, de sus agendas de guerra. Y para ese fin, simplemente nos pagan con sus famosas “ayudas” ‒verdaderas migajas‒, poniendo nosotros los muertos mientras ellos se llevan las ganancias; o en otras palabras: el más puro neocolonialismo!... Demás está decir entonces, que somos en esencia un componente más ‒y de segunda categoría‒ de la cadena militar de custodia de sus intereses en el marco de su doctrina de “Seguridad Nacional”. Esa es la cruda realidad!..
A nuestro país le toca levantar todavía el cuerpo de defensa destinado al cumplimiento de sus compromisos internacionales y al custodio de sus intereses nacionales. Es una tarea ineludible en el proceso de la consolidación del Estado nacional independiente. Nos corresponde, por ejemplo, defender la neutralidad del Canal, que se extiende a todo el territorio nacional mediante el Artículo II del Tratado de Neutralidad, el cual estatuye la neutralidad “para que el canal y consecuentemente el Istmo de Panamá, no sea objetivo de represalias en ningún conflicto bélico entre otras naciones del mundo”. A este respecto es obligado constatar que la existencia, ahora, de dos bases navales estratégicas de agresión imperial en Colombia, una sobre el Caribe y otra sobre el Pacífico, nos pone ineludiblemente frente a un reto serio, pues la conectividad se hará a través del Canal, poniendo la neutralidad en riesgo en caso de guerra de tal alianza contra algún país hermano de Nuestra América[5].
Nos corresponde en este mismo sentido defender nuestra soberanía nacional, custodiar nuestra riqueza natural, nuestro mar territorial, su zona económica, etc. Y por supuesto, nos corresponde defender a la sociedad panameña del crimen organizado transnacional y del terrorismo, tanto en el marco de la defensa nacional ‒visto como asunto de la soberanía territorial‒, como de la seguridad pública.
Sin embargo esto no es lo que está escrito en el libreto que nos vende Washington hoy. Su meta es vernos bajo su mando, disparando hacia los blancos continentales que ellos marquen; vernos cumplir su orden de operaciones al grito de guerra contra nuestro pueblo y los pueblos y gobiernos hermanos bolivarianos que luchan por la segunda y verdadera independencia. Qué equivocados están… No ha entendido que los tiempos de las “patrias bobas” terminaron…
Por: Manuel F. Zárate P.
12/12/2009.
[1] Contra el proceso bolivariano de Venezuela ya están en marcha los primeros niveles de una “Guerra de Baja Intensidad”. De seguro que los elementos actuales evolucionarán hacia una guerra de insurgencia contrarrevolucionaria desde Colombia, con vías a madurar un golpe certero final que liquide al Estado revolucionario. No obstante este proyecto hay que analizarlo dialécticamente; pues en las condiciones actuales no es lo mismo lanzar una ofensiva contrarrevolucionaria desde Colombia contra Venezuela, que lanzar como se hizo en Centroamérica, una ofensiva desde Honduras contra la Nicaragua sandinista.
[2] Discurso del General Omar Torrijos Herrera durante la firma de los Tratados Torrijos-Carter en la sede de la OEA, el 7 de septiembre de 1977.
[3] “Gral. Omar Torrijos, “La Quinta Frontera”, Parte N° 3 del General. Escrito en su vuelo Washington – Londres el 26 septiembre de 1977-
[4] En particular se firmó el convenio Salas – Becker que confiere a las autoridades navales gringas el derecho de patrullar las aguas panameñas “para combatir el narcotráfico”…
[5] Esta conectividad se monta sobre los privilegios que mantienen los EEUU y Colombia sobre el canal, contenidos tanto en el Tratado de Neutralidad Permanente como en el de Montería. Estos tratados deben ser revisados a la luz del Siglo XXI. En los hechos, el tratado de Neutralidad fue concebido como una fórmula de entendimiento frente a los intereses que presidían los EEUU en el marco del Conflicto Este-Oeste. El cambio de esta vertiente hacia la Norte-Sur ha puesto entonces, sobre la palestra, una nueva situación de conflictos con hipótesis de guerra complejos que ponen en peligro a nuestra Nación y su neutralidad permanente.
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