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miércoles, 27 de abril de 2011

CHAVEZ: A LOS REVOLUCIONARIOS ¡ NO SE LES ENTREGA AL ENEMIGO !










A PROPOSITO DE LA ACTITUD DEL GOBIERNO DE VENEZUELA Y CHAVEZ


1. EL REGRESO DE QUETZALCOATL




En la edición de un periódico capitalino, el Jefe de Estado expone la siguiente declaración pública:
"La guerra que hacen a la sociedad las partidas ar¬madas que infestan nuestros campos y amenazan a las poblaciones, destruyendo e impidiendo la producción, y oponiéndose al ejercicio normal de los derechos y garan¬tías de los venezolanos, se ha despojado de todo carácter político y es una guerra social...”*

¿De quién es esta declaración? Cualquier venezolano olvidadizo de la historia podría pensar perfectamente en el Dr. Leoni, o bien en el Sr. Betancourt, o incluso en Pérez Jiménez o López Contreras o Juan Vicente Gó¬mez. En todos esos casos estará equivocado. Ex profeso hemos buscado la frase para anonadar al lector. Desea¬mos crear un impacto en su mente que le permita en¬globar, de una sola mirada, la constante principal que motoriza nuestra vida republicana: la contienda entre opresores y oprimidos. Esa declaración fue de Pedro Gual y apareció el 9 de julio de 1861 en El Heraldo de Caracas. Se refería a ese formidable movimiento histórico-social de nuestra Federación: la guerra de guerrillas puesta en práctica por el pueblo venezolano contra los gobernantes de tumo. Pero la frase puede tomarse con pasmosa exactitud como publicada un 19 de diciembre de 1966 en el diario El Nacional de Caracas, pronuncia¬da por el Presidente Leoni. ¿Qué significado tiene esta coincidencia histórica?
*El Heraldo, Caracas, 9 de julio de 1861. Declaración de Pedro Gual. Subrayado nuestro.

No somos amigos de los acertijos; menos aún de las elucubraciones y los astrologismos. Nos oponemos a toda concepción circular de la historia. Pero ello no puede im¬pedir examinar el fenómeno en toda su crudeza: tal cual es. ¿Por qué ayer, como anteayer, como hoy, los opreso¬res utilizan los mismos gastados argumentos para opo¬nerse a las luchas de los oprimidos? ¿Por qué? ¿Esto no enseña absolutamente nada o, al contrario, pestañea una verdad de gigantescas letras? De esa frase se pueden ob¬tener muchas conclusiones aleccionadoras, que permitan a la Juventud y a nuestro pueblo orientarse en los actua¬les combates de patria, pan y libertad. En primer térmi¬no nos enseña que desde Bolívar hasta hoy no ha pasado nada. Que la pugna política es siempre la misma. De un lado, unos, encaramados en el poder omnímodo de los machetes y las bayonetas; del otro, el pueblo, deploran¬do aletargado su postración. Una y otra vez, los nuevos ministros y encumbrados militares emergen con la ban¬derola del cambio y el renacer de la vida del país; y, una y otra vez, la situación persiste igual en su esencia y con¬tenido. Varía, desde luego, por la modorra misma de la historia, las formas de existencia y conciencia social, pero enmudece el fatídico despojo del oprimido por el opre¬sor. Es un simple producto histórico residual. Hay cam¬bio de ropaje, obligado por las nuevas circunstancias, pe¬ro el intacto cuerpo sigue siendo el mismo. Basta desnu¬darlo para darse cuenta de ello, para cobrar conciencia: Cien años van desde 1861 a 1966, ¿ha pasado algo? ¿Qué ha pasado?
Esos interrogantes fecundan el surco de nuestra his¬toria. La conciencia tiene que rebelarse, cada vez con más furor. La exigencia de la revolución no es una súplica al opresor, no es un ablandamiento de las estructuras que minan nuestra sociedad, no pretende realizar una demo¬cratización al estilo representativo formal. En absoluto. Nosotros no apelamos a la magnanimidad y generosidad del opresor. Nada de eso. El fragor de la lucha política ha calcinado ya una nueva calidad como conciencia y co¬mo realidad amaneciente. Hablamos claramente, con res¬ponsabilidad. No se puede pretender calumniar la nueva epopeya. Ni el opresor gobernante, ni las fuerzas demo¬cráticas opositoras, ni tampoco en el campo cercano del revolucionario equivocado.

Se les dice a las fuerzas democráticas opositoras —que se consideran como tales, pretendiendo diferenciarse de la reacción gobernante— que comprendan al movimiento revolucionario esclareciendo su conciencia histórica. Re¬capitulen. No queremos todavía que tomen el camino re¬volucionario. Somos cautos. Queremos que entendiendo esta posición, nos ayuden a explicarla y a justificarla. De allí nuestro deseo en mitigar el confusionismo ideológico actual. Deseamos que la línea divisoria de esta contienda quede prendida en el cielo de nuestras cabezas. Les invi¬tamos a reencarnar el espíritu de Bolívar. Para ello tienen que desembarazarse de una y mil triquiñuelas que la cul¬tura y la ideología del opresor han introducido sin chas¬quidos en sus conciencias.
No queremos la simpatía mendigada. Menos aún la execrable lasitud de la superioridad intelectual que en¬tiende su opinión como conseja. Queremos que la revo¬lución sea inscrita en el marco de procesos objetivos y límites históricos precisos. Basta ya de decirnos que hay precipitación, que ése no es el camino, que no debemos seguir trillando... En el fondo, no comprenden esta acti¬tud. Si penetraran en la vena de nuestra historia, termi¬narían por asimilar este designio. Y lo primero por en¬tender es la propia debilidad doctrinal y revolucionaria de sus posiciones. No pueden al mismo tiempo estar con el oprimido y con el opresor. No cabe ambivalencia al¬guna. Nosotros cometemos errores. Numerosas faltas. Tenemos fallas terribles. Todo eso es verdad. De algunas de ellas, seguramente ignoramos su contenido más elemen¬tal. De otras somos en la práctica revolucionaria incapa¬ces de subsanarlas por ahora. Pero, por encima de todas nuestras fallas y debilidades, superior a la verdad o false¬dad de las concepciones revolucionarias que enarbolamos, se cierne un hecho incontrovertible: se combate en aras de la soberanía, la justicia y la libertad.

¿Son capaces hasta de negar esta decisión? ¿Son ca¬paces de negar este idealismo, este romance por la patria subyugada, este sacrificio contra la ignominia? Si son ca¬paces de eso, lo son de mucho más. No son neutrales, entonces, en la contienda. Definitivamente están con los opresores y contra los oprimidos. Se puede tener diferen¬cias profundas respecto al camino de la revolución vene¬zolana. Es posible divergir en cuanto a los métodos de lucha y la táctica que se ponga en práctica. Pero no pue¬den endilgar —como lo hacen los opresores— los adjetivos de criminales, bandoleros, extremistas y aventureros. Cuando se llega a esta situación, se opera un cambio cua¬litativo en sus conciencias. No se trata del olvido de la historia. Tampoco de una incomprensión. Menos aún, una posición espontánea que brota con naturalidad. Nada de eso. Es una actitud consciente: plenamente clara. A sabiendas, ultrajan la veracidad de los hechos y presentan ante los ojos del mundo una realidad contraria a lo que es. Semejante posición jamás la perdona la historia. No lleguen, no se acerquen nunca a las puertas revoluciona¬rias. No toquen en ellas. ¡Toda la fuerza de la compren¬sión, sensatez y bondad jamás podrá contener la pu¬janza del desprecio!

No sólo no ha pasado nada desde Bolívar, sino que. Los argumentos y la ideología de las clases dominantes, la conciencia enajenada del opresor, es la misma: los revo¬lucionarios amenazamos las poblaciones, destruimos e impedimos la producción, nos oponemos al ejercicio nor¬mal de los derechos y garantías de los venezolanos...
¡Esa es nuestra historia! No son idóneos para imaginar otros argumentos: fundados en la semieterna ignorancia de nuestro pueblo, se nos quiere presentar como la antítesis de lo que somos. Nos obligan a vivir, en síntesis extraor¬dinaria, la misma lasitud de los asóciales de toda índole: persecuciones, hambre, clandestinidad, cárcel, martirio, tortura, muerte. Pero esa realidad artificial, obligante por la fuerza de las bayonetas, no la refleja por igual la con¬ciencia de nuestro pueblo y sus personeros de recatada probidad. Comprenden la diferencia. Somos la unidad de contrarios, que el propio sistema de opresión impone a unos y otros: aquéllos, en endeble conciencia individual no despertada al sacrificio colectivo; éstos, autorizados con la responsabilidad histórica de una vida entregada a la causa de los oprimidos. Esta distinción es captada. Es aprehendida por la intuición ensordecedora de las multi¬tudes, a pesar de la propaganda, de la palabrería hueca, de los compadrazgos y las vacilaciones.
No obstante sus cantos de sirena, la revolución de los oprimidos avanza, contra viento y marea. Y es que el proceso de la praxis de la Historia es poderoso. Si la frase de Pedro Cual en 1861 no desmiente las palabras de un Betancourt o un Leoni en el siglo XX, ¿pueden las si¬guientes frases de Bolívar, al referirse a la tiranía de Monteverde, después de la capitulación de Miranda, desdecir las mil denuncias que los patriotas venezolanos de hoy propagan contra la tiranía del gobierno? Veamos:

"Súbitamente se muda Venezuela. Los edificios que resistieron a las convulsiones del terremoto, apenas bas¬tan en Caracas y en otras ciudades para recibir las per¬sonas que de todas partes se traen aprisionadas. Las ca¬sas se transforman en cárceles, los hombres en presos; el corto número que hay de canarios y españoles: los solda¬dos del déspota, las mujeres y los recién nacidos, son los únicos que se eximen. Los demás o se esconden en las impenetrables selvas, o los sepultan en pestilentes maz¬morras, donde un arte criminal no permite entrada ni a la luz, ni al aire; o los amontonan en aquellas mismas habitaciones en que antes llenaban los deberes de la vi¬da social, encontraban la alegría bajo los auspicios de la inocencia, y gozaban la comodidades adquiridas por sus oidores. Ahora afligidos con grillos, despojados de sus, propiedades, acaban por la indigencia, la peste, la sofoca¬ción, el sacerdote, el soldado, el ciudadano y el rústico, Rico y el miserable, el septuagenario y el infante aún ".o llegado a la edad de la razón. Los que ¡habían estado investidos por el pueblo de la majestad soberana, fueron uncidos a cepos en el más público de todos los lugares; todos más respetados personajes, atados de pies y manos, puestos sobre bestias de albarda, que despedazaron a al¬gunos contra los riscos, peregrinaban en este estado de unas a otras prisiones. Ancianos y moribundos amarra¬dos duramente, apareados con veinte o treinta, pasaban in día entero sin comida, bebida, ni descanso en trepar por inaccesibles sendas...

"La virtud, los talentos, la población, las riquezas, J mismo bello sexo, es condenado o padece. Los delitos, k delación, los asesinatos, la brutal venganza y la miseria se aumenta. El mismo jefe que premia a un embuste-delator, desprecia o castiga al hombre firme, que se atreve a sostener el lenguaje de la verdad. Los que acalo¬ran sus pasiones, los que adulan su vanidad, los que quieren bañarse en sangre inocente, forman su consejo y son sus oráculos. Así el sistema de ferocidad crece gra¬dualmente: de las perfidias, del robo y las violencias, se "asa a mayores excesos. Viendo que para su crueldad los hombres mueren lentamente en las prisiones, los llevan ya sobre los suplicios; y aun éstos exigiendo demasiado aparato, y no haciendo correr tanta sangre como desean, se destruyen los pueblos enteros, se inventan torturas, se prolongan los últimos dolorosos instantes de los sa¬crificados, por medios desconocidos hasta ahora de los ge¬nios más implacables...

".. .Todo cae bajo sus golpes y no han vuelto a encontrarse los que habitaban a Aragua (de Barcelona), i ¿más se ejecutó carnicería más espantosa. Los niños pe¬recieron sobre el seno de las madres: un mismo puñal dividía sus cuellos; el feto en el vientre irritaba aún a los frenéticos: le destrozaban con más impaciencia que el ti-::- devora su presa. No sólo acometían a los vivientes: se podía decir que conspiraban a que no naciesen más a ocupar el mundo."5

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Voy Tras la huella que un día Marulanda desde Marquetalia luchando trazo, quiero seguir sus pasos ser Hombre nuevo, en el combate ser el primero, peleando siempre por la verdad.