Esta afirmación es tan acertada como que la violencia es la partera de la historia, o decir que las voraces intervenciones imperialistas basadas en motivaciones esencialmente económicas de países como los Estados Unidos de América, reconfirman cada día, así se vistan con disfraz de acción humanitaria, que el capitalismo nació chorreando sangre por todos sus poros y así ha de desaparecer en la medida en que se profundice esta ya larga crisis estructural en que se ha convertido su agonía.
La pobreza y la represión que genera por doquier la globalización capitalista neoliberal, afectando a las mayorías de la población mundial, para beneficiar a las pequeñas élites dominantes o clanes rentistas improductivos, lumpenizados, que se han apropiado de los medios de producción, de los recursos naturales, de los ingresos de sus naciones y del destino de la humanidad, han derivado en un orden mundial en el que muchos regímenes existen ya como satélites del imperialismo o bajo su chantaje y presión militar o ya como socios principales de la acumulación capitalista y el saqueo financiero.
Así ocurre en países subordinados al llamado primer mundo como Egipto y Tunicia, donde las políticas neoliberales trazadas por el FMI, incluyendo sus desastrosos ajustes estructurales y la privatización de importantes renglones estratégicos del sector público, sobre todo desde los inicios de los años noventa, incrementaron el desempleo, las necesidades básicas y la inopia de la población, mientras a pasos agigantados se enriquecían las trasnacionales imperialistas y los gobernantes tiránicos que se sostienen con la fuerza de sus aparatos militares y de represión. En consecuencia, la miseria ha exacerbado los ánimos de los inconformes, generando levantamientos en contra de los déspotas y sus amos que ahora, descaradamente, intervienen en Libia con el argumento increíble de defender a la población civil de los "abusos de un régimen absolutista".
En ambos países -Egipto y Tunicia-, tomados como ejemplo de inicio, occidente tiene una larga tradición colonialista y criminal que desdice totalmente de cualquier preocupación humanitaria. El régimen brutal de Hosni Mubarak en Egipto, había sido el destinatario de la segunda inversión, o “ayuda” económica y militar yanqui más alta del mundo después de Israel, la cual asciende a mil quinientos millones de dólares al año, hasta donde se sabe; algo similar en cuanto al manejo de intereses económicos y apoyo militar ocurre desde París, sobre todo, respecto a Tunicia; allí donde imperaba un gobernante reconocido como tirano pero públicamente tratado, hasta última hora, como amigo de la Unión Europea y bajo control de Francia, esta potencia mantenía negocios de armas y de todo tipo, relaciones profundas, espías, máxima consideración y complicidad en la corrupción, la impunidad y la criminalidad que operaba contra la mayor parte de la población. Fue claro y justo, entonces, el mensaje de la Asociación Tunecina Raid Attac Cadtm ante el Parlamento Europeo cuando expresó, que la Unión Europea le debía una disculpa a su país por todo lo ocurrido y exigió que se tomaran medidas para aliviar la deuda externa dejada por el dictador: “Túnez no puede responder a las necesidades sociales enormes de una parte importante de sus ciudadanas y sus ciudadanos, y trabajar con posibilidades de éxito en la construcción de un futuro mejor sin liberarse, antes, de la pesada carga de la deuda odiosa de la dictadura”.
No obstante, siempre a los cipayos del imperio, como simples instrumentos desechables que son para sus amos, su sostenimiento depende de que mediante ellos se pueda o no seguir controlando el país que se trate; cuando la situación se les torna adversa, al imperialismo poco le importa sacrificarlos a fin de no perder la hegemonía. Es decir, se sigue el viejo y conocidísimo truco de cambiar el fusible quemado; ponen a un lado al dictador que ya no puedan apoyar y, con frialdad calculada, llaman a la defensa de la democracia apelando a una “transición ordenada”, sin inquietarles si los relevos son islámicos, católicos, budistas, ateos, indios, negros o blancos...; lo fundamental es que garanticen los negocios de saqueo colonial.
Así las cosas, ninguna autoridad moral ni credibilidad pueden tener las potencias occidentales para aparecer como benefactores de pueblos como los árabes, a los que durante siglos explotaron como colonias, pero que después de sus procesos de liberación, -varios de ellos en principio progresistas-, lograron manipular a sus gobiernos para direccionar o influir en sus esfuerzos de industrialización y desarrollo social, hasta imponer dominio para beneficio de las potencias a través de diversos monarcas y tiranos que hoy caen o tambalean como consecuencia de la protesta popular contra sus abusos.
Es impactante y aleccionador lo que ocurre en el medio oriente y África del norte en los albores de la segunda década del siglo XXI, y aunque muchas experiencias positivas se pueden sacar alrededor de los pujantes y esperanzadores movimientos populares anticapitalistas que allí se desenvuelven en pos de un común anhelo de cambio social que beneficie a las mayorías, cada caso tiene sus particularidades que hay que analizar con el cuidado de no caer en la mirada blanco y negro que nos lleve a errar entre los múltiples engaños oportunistas que suelen tender las oligarquías trasnacionales para sostenerse en medio de la confusión. Porque, ¿cómo deberemos valorar, por ejemplo, los factores de conflicto que se entrecruzan en Siria, donde evidentemente desde el exterior se comienza a activar grupos armados y confesos mercenarios que han sido lanzados allí como catalizadores de la desestabilización del país, no con el propósito precisamente de beneficiar al conjunto de sus pobladores?, ¿No están acaso ahí asomando sus orejas los oscuros intereses imperiales que avanzan tratando de ocultarse en la inconformidad popular, no están procurando el medio ambiente que luego les permita condenar la reacción gubernamental y tomar determinaciones intervencionistas como las que ahora ocurren en Libia?
A propósito, de especial atención es el caso del conflicto libio donde, durante hace más de cuatro décadas, el imperio ha querido restablecer el mismo o superior control que el que mantuvieron las potencias occidentales en tiempos de la monarquía. Le generaba escozor a los Estados Unidos y a Gran Bretaña el solo nombre de Gran República Árabe Libia Popular y Socialista que había adoptado y que implicaba la negación de la monarquía y el establecimiento, o al menos el trazo, de un rumbo no capitalista a partir de aquel septiembre de 1969 en que se inició la revolución que encabezó Muammar al-Gaddafi y que fluyó hacia la nacionalización de empresas comerciales, de la banca y posteriormente los recursos petrolíferos.
Con cualquier excusa, como ha ocurrido con todo país que se arriesga a marchar con autodeterminación e independencia, contra Libia fueron surgiendo e incrementándose las hostilidades imperialistas, las cuales se profundizaron sobre todo a partir de 1980: en el 81 la armada yanqui derribó dos aviones libios sobre el golfo de Sidra, con la excusa de que Libia pretendía cerrar dicho espacio a la navegación internacional; en el año siguiente los yanquis imponen embargo a las importaciones de petróleo; cuatro años más tarde, en marzo del 86, la Séptima Flota de los Estados Unidos destruye dos barcos libios, nuevamente en el golfo de Sidra, oponiéndose al reconocimiento de cualquier derecho del país árabe sobre estas aguas que consideraba parte de su mar territorial. En abril del mismo año, argumentando que varios soldados yanquis sufrieron atentados en Europa con responsabilidad de Libia, sin tener prueba alguna, Ronald Reagan ordenó un bombardeo de efectos indiscriminados que causó muertos y ruina entre la población civil, además de la destrucción de la casa de al-Gaddafi donde cayó abatida su hija menor. Reagan puso a al-Gaddafi en la condición inapelable de ser “el malo de la película”.
La década de los noventa la inaugura el imperio con acusaciones sobre que Libia fabricaba armas químicas (conocido argumento que también se usó más recientemente contra Saddam Hussein para justificar el ataque imperialista contra Irak). Consecutivamente, el inefable Consejo de Seguridad de la ONU, dispuso el bloqueo aéreo y militar justificando la acción en el hecho de que Libia se negó a extraditar a dos sospechosos de haber colocado una bomba a un vuelo de pasajeros de una línea estadounidense, la Pan American, que cayó en Escocia (1988). Recordando estos acontecimientos uno se pregunta en qué momento la ONU irá a establecer las mismas medidas contra Washington ahora que los tribunales yanquis acaban de dejar en libertad al terrorista Posada Carriles, autor confeso, entre muchos otros crímenes, del atentado contra una aeronave de Cubana de Aviación causando la muerte de 70 pasajeros. En este caso tampoco Estados Unidos ha querido extraditar a su agente hacia Venezuela, ni procede a sancionarlo en su propio territorio teniendo pruebas suficientes para hacerlo, como no hay señas de que Obama cumplirá con su promesa de cerrar la siniestra base de torturas de Guantánamo.
Las sanciones que limitaban de manera ominosa la soberanía libia se reiteraron en diversas ocasiones hasta 1995, ejerciendo fuertes presiones y chantajes que fueron ablandando la posición del gobierno de al-Gaddafi frente a las potencias de occidente, hasta el punto que en 1999 Libia accedió a entregar a los tribunales escoceses a los dos imputados por el atentado del 88 y a indemnizar a los familiares de las víctimas del siniestro, como también admitió pagar a Francia por la caída en 1989 de un avión de una compañía francesa sobre Níger. Como contraprestación la ONU suspendió las sanciones impuestas.
Poco a poco Muammar al-Gaddafi ha ido cediendo en su radicalidad y en el desarrollo de su otrora proyecto socialista, hasta llegar al 2003 con el anuncio oficial de las reformas que dieron origen a lo que llamaron “capitalismo popular”, que significó esencialmente la mayor apertura de la economía libia al sector privado y al capital extranjero. Tomando como base otras concesiones libias, la ONU pasó de la suspensión de las sanciones en 1999 a su levantamiento definitivo en septiembre de 2003, hecho que antecedió a la reunión que tres meses después, a finales de ese año, al-Gaddafi hizo en secreto con el presidente de Estados Unidos George W. Bush y con el primer ministro británico Tony Blair, lo cual desembocó aparentemente en el compromiso libio de eliminar sus supuestas armas de destrucción masiva, pero que fundamentalmente generó el compromiso de al-Gaddafi de plegarse a las formas y derroteros de la llamada “democracia occidental”. A continuación Bush restableció relaciones diplomáticas y cesó el embargo comercial que había impuesto a su nuevo amigo en 1986, y la Unión Europea (UE), por su parte, a finales de septiembre de 2004, puso fin al embargo de armas impuesto hacía 18 años.
¿A qué tanto se comprometió al-Gaddafi para entrar de lleno en las tertulias de los capitalistas, con todas las negativas consecuencias que ello implicó para el pueblo libio y, en especial, para quienes alguna vez creyeron en él como revolucionario? Quizás desde muy temprano, este régimen que se fue instalando sobre el nepotismo para permanecer sin término en la conducción de Libia, radicalizó su “Tercera Teoría Universal”, cuyos fundamentos se consignan en el famosos Libro Verde, entremezclando ideas muy particulares de islamismo y socialismo que, desafortunadamente, tornó intolerantes, coartando las iniciativas y participación plena del pueblo en la definición de los destinos del país.
Sin embargo, el intervencionismo criminal de occidente ha coadyuvado a que se produzca un efecto similar al propiciado por las estigmatizaciones que prodigó Reagan contra al-Gaddafi: que se pase a segundo plano sus abusos de poder frente a quienes honestamente podrían haber querido marcar oposición sin entregarse a los brazos del imperialismo. Aparece ahora Muammar al-Gaddafi, entonces, como líder nacionalista que defiende la soberanía de Libia frente a una agresión imperialista que se desenvuelve en medio de lo que las cadenas noticiosas han presentado como una rebelión popular, pero que como tal no parece tener mérito, en la medida en que la rebelión cada vez ha ido mostrándose más y más como instrumento de las potencias imperialistas que encabeza Estados Unidos en su acto de agresión que no vislumbra propósito diferente al de desarticular a Libia para saquear sus recursos naturales, fundamentalmente el petróleo.
Nadie que tenga cuatro dedos de frente creería que el interés de los Estados Unidos y de Europa, al inmiscuirse en el problema libio, obedece a preocupaciones humanitarias. Habría que mirar un poco hacia los lados para, de inmediato, observar lo que ha ocurrido en Egipto y Tunicia, o lo que está en desarrollo en Bahréin, Yemen, Jordania, Argelia o Yibuti, donde los gobiernos aplastan cada protesta, disparando a los manifestantes, asesinándolos. En estos casos a las potencias de occidente no se les ocurre realizar acciones como las que decidieron contra Libia. Ninguno de estos gobiernos se ha hecho acreedor a un bombardeo de la OTAN.
En Libia, entre toda la confusión que genera la manipulación mediática que también está al servicio del imperialismo, luego de aparecer la muy propagandizada rebelión popular inerme y reprimida por el “régimen tiránico” de al-Gaddafi, no demoró mucho rato para que los Estados Unidos y países europeos expresaran su apoyo a los alzados, “en defensa del pueblo”.
Qué contraste más extraño: un régimen armado hasta los dientes, reprimiendo sin piedad a un movimiento que, no obstante, tomaba y se hacía fuerte en ciudades como Bengasi, la segunda ciudad más grande e importante de Libia después de Trípoli.
Es seguro que en los alzamientos libios participaron masas inconformes con el régimen poco democrático de Trípoli, sobre todo de las poblaciones de Bengasi y Tubruk, bastante cansadas e indignadas con la preeminencia y los desafueros de los Gaddafi. No obstante todo lo que parecía en principio como un rumor infundado en cuanto a la presencia de instructores británicos o de otros países extranjeros, entrenando y asesorando a los rebeldes libios, ahora está claro: Estados Unidos venía suministrando a través de Egipto armamento a la oposición.
Pese a toda la desinformación generada por la CNN, BBC, FOX… a la cabeza, pero también por la ausencia de datos desde el gobierno libio, es bastante evidente que era con la fuerza de las armas que el “movimiento pacífico” de los rebeldes estaba avanzando. Así, esa sorprendente situación contradictoria que se daba cuando se hablaba de una insurrección popular antigubernamental pero también supuestamente antiimperialista, y que al mismo tiempo la apoyaban los Estados Unidos y sus aliados neocolonialistas de siempre, se derrumbó aún más al momento en que las tropas leales a al-Gaddafi, en contraofensiva, comenzaron a recuperar terreno haciendo fallido el intento de derrocamiento. Tanto el sector de mayor peso en la conducción del levantamiento llamó entonces, abiertamente, a la intervención extranjera develando su subordinación a los intereses trasnacionales, como los de Estados Unidos, con el concurso abyecto de la Liga Árabe, que apresuró en la ONU la resolución intervencionista de “exclusión aérea”, en la que se amparan los bombardeos criminales de la alianza atlántica, sin que hubiese en ese concilio militarista oídos para escuchar voces como las de los países del ALBA, que clamaban por buscar una salida dialogada al conflicto.
Después de la manipulación mediática, después de la demonización de al-Gaddafi, una vez logrado el patrocinio celestino de la ONU que produjo esa basura llamada Resolución 1973, a través de la cual el Consejo de Seguridad autorizó el uso de la fuerza, vino el ultimátum de Míster Obama contra Libia diciendo a al-Gaddafi que los términos de la resolución “no son negociables”, y que si decidía no acatarlos enfrentaría una acción militar. Lo cierto es que el ataque estaba decidido desde antes de que se pronunciara ese parapeto llamado ONU, que para lo único que sirve es de mampara de las arbitrariedades yanquis o como rey de burlas de países como Israel, para el que no hay resolución que no se permita violar sin que tampoco nada ocurra en su contra.
Abandonar el poder, frenar el avance sobre Bengasi de las tropas leales al dirigente libio, retirar sus soldados de Ajdabiya, Misrata y Zawiya; es decir, entregarse atado de pies y manos a los designios del imperio era lo que le pedían al gobierno de al-Gaddafi La Casa Blanca y sus pusilánimes aliados europeos, porque es que Estados Unidos necesita garantizar “que se lleve a la práctica el derecho internacional”, porque es que Estados Unidos no estará de brazos cruzados cuando se trata de “la paz y la seguridad mundial”.
Los más viles arrodillados al poder yanqui no se hicieron esperar, se pelearon por ver cual se arrastraba de primero en el tablado de este sainete macabro. El más diligente fue ese personaje mefistofélico, Gerard Aeaud, que funge como embajador francés ante la ONU, quien fue el primero que anunció ante los micrófonos de la BBC, un límite de tiempo para iniciar el ataque, indicando que la intervención que efectivamente su país encabezó, podría tener lugar después de la cumbre programada en París entre la Unión Europea, la Unión Africana, la Liga Árabe y Estados Unidos.
No importa que al-Gaddafi hubiese admitido la posibilidad del cese al fuego en el marco de la confrontación interna, ni las insustanciales abstenciones en el Consejo de Seguridad, ni la hipocresía de Ban Ki-moon, ni los llamados sensatos del ALBA junto a otras voces mediadoras que mostraban que no era cierto eso de que el régimen libio no dejaba alternativa diferente a la de la intervención militar porque de lo contrario lo que vendría sería el aniquilamiento de los rebeldes mediante el genocidio. Aquí lo que contaba era la voluntad de los Estados Unidos y el poder bélico de la OTAN, que incluye su máquina de desinformación mediática, encargada de preparar y justificar la agresión propalando que al-Gaddafi estaba bombardeando los barrios. Ni la ONU ni nadie atendieron a ese gobierno cuando llamó a que se hiciera una verificación sobre el terreno y ningún recato moral tuvieron los desinformadores para presentar como “fosa común donde se estaban enterrando a las víctimas del régimen” lo que en realidad era el cementerio de Trípoli en reparación.
Para quienes leen críticamente la prensa basura no era dable tragarse las falacias de la CNN, pero desafortunadamente la propaganda goebbelsiana de los imperios está diseñada para impactar en la mente con sus mentiras; y, sí que lo logran en gran medida, más cuando hay elementos del tipo de Ban Ki-moon que ayudan a que se mantengan esas mentiras para que el imperio pueda actuar impunemente. Nunca fue tan diligente este monigote en respaldar a los bravucones, en cambio nada hizo frente a las agresiones contra el Líbano o contra Palestina por parte de los sionistas de Israel, que al mismo tiempo junto al gobierno de Arabia Saudita eran los que más respaldaban al régimen de Mubarak.
Pero estar contra el intervencionismo de Estados Unidos y la Unión Europea, estar contra los bombardeos de la OTAN y el papel degradante de la ONU, no podría significar de ninguna manera pasar por alto que al-Gaddafi, aunque ahora asuma una posición nacionalista de resistencia valerosa a las agresiones de occidente, desafortunadamente ya no es el líder independiente y genuinamente antiimperialista de los primeros tiempos en que se derrocó la monarquía en favor de los intereses del pueblo. Sus pasos de líder progresista viraron ya hace muchos años hacia rumbos bastante insondables, pero que durante una larga época han estado muy apegados a las potencias occidentales que hoy parecen quererlo quemar como cualquiera otro fusible de los que abundan en el intrincado espacio de la globalización capitalista.
A todas estas, no deja de haber quien considere que la intervención es un buen aviso para impedir que el resto de “gobiernos autoritarios del mundo árabe” (o de cualquiera de los países de América Latina, ¿por qué no?), entiendan que no hay licencia para aplastar las protestas de sus propios pueblos. Quién sabe si querubínica o diabólicamente piensen estos personajes aún, que occidente es la tabla de salvación del mundo, como si cada día no hubieran nuevas muestras de la voracidad inclemente de países como Estados Unidos, Inglaterra, Francia o España..., en su afán por hacerse al control de los recursos energéticos y de todo tipo que existen en el orbe, sobre todo en estos tiempos de profunda crisis estructural del capitalismo. Para ello no les importa matar a medio mundo; los argumentos humanitarios, a lo más, tan solo son un raido taparrabo de rutina. O ¿es que acaso Estados Unidos y la Unión Europea se preocuparon tanto por detener la masacre de Ruanda? ¡Claro, ahí no había mayores intereses energéticos que defender!
¿Podría caber hoy en la mente de la gente pensante que las “guerras humanitarias” de estas potencias expresan verdadera preocupación por la paz?
Si en su momento, agosto de 1998, estas hicieron caso omiso a las salidas no violentas para la crisis de Kosovo, totalmente posibles; si no atendieron a que era viable la admisión de una fuerza internacional en busca de la solución política y sencillamente Washington la ignoró. Si la OTAN se inclinó por bombardear por más de dos meses sin importarle en 1999 que Serbia se inclinaba por encontrar salidas negociadas al conflicto, mucho menos van a respetar el territorio libio.
En la mentalidad y la estrategia imperialista, el componente militarista es nodal en sus determinaciones. O, ¿acaso han dejado de intervenir realmente en Irak, aún teniendo el mundo bien claro que no existían las cacareadas armas de destrucción masiva que tomaron como excusa para destruir a ese país?
Está aún la llama ardiendo, y con mucha fuerza, en Irak y Afganistán como para que las mentes ingenuas sigan debatiendo sobre el sexo de los ángeles. Es muy pronto también para olvidar el discurso de Obama en la capital de Egipto cuando expresó que “Mubarak es un buen hombre”, que Mubarak “ha mantenido la estabilidad”, que, entonces, le seguirían apoyando “porque es un buen amigo”. En este caso no importaba mucho a la Casa Blanca la represión sobre las multitudes egipcias. Por eso es cínico que el gobierno de Estados Unidos hable y hable de la protección de la población civil contra los crímenes de al-Gaddafi, y que de paso lancen sus poderosas bombas que ya han generado decenas de bajas entre muertos y heridos. Ocurriendo además que el dirigente libio, del que se decía que estaba arrinconado, aparece retomando riendas y recuperando terreno mientras se pasea en las calles de Trípoli mostrando que no era cierto eso de que no tenía ningún apoyo popular, y reconfirmando que mucha diferencia hay entre la situación interna de Libia en contraste con los levantamientos de masas que se han dado en otros lugares del medio oriente y África del norte. Sería impensable, por ejemplo, ver a Alí Abdullah Saleh, el tiranuelo de Yemen, paseándose en alguna calle de su país sin el riesgo que lo lapiden indefectiblemente.
Entonces, poco a poco se va esclareciendo el carácter de los protagonistas de esta confrontación: el núcleo duro de la llamada “rebelión popular pacífica”, armada por los imperialistas que pide a gritos la intervención; una ONU cada vez más descarada en su papel servil frente a los intereses del imperialismo; una Europa decadente, asquerosamente subordinada sin dignidad a Washington y un presidente libio al que, quiérase o no, la intervención de occidente, inspirada en su propia voracidad colonialista, lo coloca en la condición de líder nacionalista que dirige la resistencia de una nación independiente contra el imperialismo.
En este contexto en el que al-Gaddafi aparece defendiendo la unidad nacional y la soberanía de Libia, frente a una oposición armada y sostenida por el imperialismo y que al mismo tiempo hace ondear la bandera del rey, de la monarquía, nuestra posición como revolucionarios no puede ser otra que la de oponernos también al imperialismo, al militarismo depredador de la OTAN, y a las sandeces de la ONU, más aun cuando cualquier diplomático o persona que conozca mínimamente los principios fundacionales de esta organización, sabe que el dictamen de la resolución 1973 viola la carta constitutiva, en tanto el asunto de su causa es un problema interno en el cual la intervención no debe proceder. Todas las evidencias que están sobre la mesa muestran que no hay interés humanitario en la operación Odisea del Amanecer, sino interés en el gas, el petróleo y los recursos acuíferos que reposan bajo el desierto libio.
¿Qué autoridad moral tiene Sarkozi como para posar de súper-defensor de los intereses del pueblo libio, atacando adelante, como perro de presa? Lo único que abriga, además de su parte en la rapiña, es complacer a los gringos y tapar el escándalo suscitado por la noticia reciente de que ese al-Gaddafi al que hoy cuestiona y pretende matar a punta de bombas le financió su campaña presidencial o gran parte de ella. El deseo de enterrar esa denuncia junto al cadáver de al-Gaddafi es lo que más les motiva por ahora, mientras pasa su agitación por los sucesos en Tunicia. ¿Acaso no era Francia apoyo fundamental de este régimen? Y ¿Estados Unidos no ha colocado sus llamadas “ayudas” militares también en dicho país? Existen informaciones en cuanto a que Washington suministró al menos 12 millones de dólares a gobiernos entre los que se encuentra Tunicia, Israel, Egipto, Jordania…, y en América Latina al gobierno terrorista colombiano que, valga decirlo, es el que más ayuda militar recibe en nuestro continente sin que importe al imperio las miles de fosas comunes, muertos y desaparecidos por el terrorismo de Estado.
Frente a esa oposición libia que ahora abiertamente ha clamado la invasión, entonces, no podemos menos que tener reticencia, aunque al-Gaddafi, defensor de la unidad y la soberanía de su país, asuma posiciones contradictorias indefendibles; pues, ¿cómo es eso de decir que como Europa lo ha traicionado ya no va a seguir ejerciendo el control contra los africanos que migran de manera ilegal? Deja claro con esta manifestación, que efectivamente había asumido un papel consciente como policía de esa Europa chovinista y racista que evita a toda costa que los negros africanos lleguen a su territorio. Bien cierto es que al-Gaddafi ha jugado ese papel de policía sirviéndole sobre todo a Italia en cumplimiento de acuerdos con ese gobiernos fascista. Pero por otro lado, al tiempo que se dirige justamente agresivo contra Sarkozi, le envía una insólita correspondencia de respeto y admiración a Obama, considerándolo casi como un padre y benefactor, como si no supiera que este es el protagonista cimero de los bombardeos contra su pueblo.
Absurdo, también, es que después de haber acusado a Al-Qaeda como organización propiciadora de la revuelta interna en Libia, diga al-Gaddafi, luego, que si lo quieren tumbar se aliaría con esta organización para atacar intereses europeos. Pero el colmo de los absurdos, es que al-Gaddafi, cuando estuvo a punto de retomar Bengasi, dijera que entraría allí tal y como entró Franco a Madrid al terminar la guerra civil española, contando para ello también con una “quinta columna”.
No obstante, es más barbaridad la apetencia imperial por los recursos de Libia, la decisión de ataque de Estados Unidos y sus cómplices a nombre del mundo y de la comunidad internacional que no han consultado; sus salvajes bombardeos contra poblados grandes y pequeños, contra residencias y hospitales con el mismo rigor que contra instalaciones militares. Sobre seguro y a mansalva lanzan sus bombas desde modernos aviones y submarinos apostados frente a Libia. Verdadero despliegue de un feroz y tecnificado modo de neocolonialismo criminal, que en las primeras 24 horas de su ataque “humanitario”, arrojó desde sus aviones 45 bombas de 2.000 libras, además de decenas de misiles Cruise desde aeronaves y barcos británicos y franceses, todo con las llamadas ojivas de uranio empobrecido; es decir, impactos de destrucción mas veneno y polvo radiactivo que no distingue entre población militar o civil para posarse como carga letal en los pulmones de quienes lo respiran y que, dicho sea de paso, implica un despilfarro económico que le resta bienestar social a la propia población trabajadora de las potencias agresoras.
La revista National Journal ha calculado que en ese primer día de ataques contra Libia Estados Unidos gastó más de 100 millones de dólares, sin que se tenga claro cuánto podría durar esta operación criminal. Los 112 misiles Tomahawk lanzados desde los buques de guerra tienen un costo, cada uno, de alrededor de 1,5 millones de dólares. Implicando un gasto que el Centro para Evaluaciones Estratégicas y Presupuestarias calcula entre 400 a 800 millones de dólares para su primera etapa, descontando que la sola vigilancia de la llamada “exclusión aérea” puede tener un costo de entre 30 a 100 millones de dólares semanales.
Para el caso de Inglaterra, la BBC de Londres indicó que cada misil lanzado le cuesta a Gran Bretaña 700 mil dólares, y el vuelo del avión Tornado, en cada salida, tiene un gasto que está en el monto aproximado a los 40 mil dólares.
Pero bueno, no importa, pues se trata de una “operación humanitaria” que cuenta con el respaldo legal de la ONU. Además, podría argumentarse, no es mucho si se compara con Irak, donde las “fuerzas aliadas” arrojaron 200 toneladas de material radioactivo contra las edificaciones y jardines de Bagdad, lo que según algunos analistas podría equivaler a entregar por vía aérea una bomba de una tonelada por cada 52 ciudadanos iraquíes, o 30 kilos por persona.
Desde la izquierda revolucionaria estamos llamados a mostrar solidaridad y hacer las claridades que orienten a los pueblos sobre lo que realmente significa una intervención “humanitaria” de estas autodenominadas “fuerzas aliadas”, y el impacto que conlleva esta nueva agresión imperial fabricada con mucha antelación a los sucesos iniciados a mediados de marzo, y que ya completan un mes sin que se vislumbre una solución que beneficie a las mayorías.
No se trata de un asunto que concierne solamente a la suerte de Libia; es la suerte trazada para el mundo lo que se está definiendo. Nosotros también estamos bajo la mira del águila. No nos obnubilemos dudando de si se apoya o no la rebelión, pues cuando esta es claramente popular y no coadyuva al posicionamiento del imperio, en ello no hay sino el camino claro de la solidaridad; pero en este caso que es totalmente diferente a lo que ocurrió en Tunicia ó en Egipto, donde la miseria es causa suficiente para los levantamientos, fijémonos como maniobró el imperio procurando que todo quedara igual, para que nada se saliera de las manos de la opresión así ya no gobiernen Hosni Mubarak o el general Zine el-Abidine Ben Alí.
Una de las grandes enseñanzas que deben dejarnos estos episodios dolorosos, es que al imperio no se le puede hacer concesiones con la pretensión de aplacar su voracidad. Ese al-Gaddafi que inició una revolución dignificante con una propia y auténtica versión de socialismo islámico, ayudando a forjar la patria libia; ese que expulsó a los yanquis y sacó las bases militares de Estados Unidos y Gran Bretaña del territorio libio hacia 1970 y que además nacionalizó los recursos energéticos para mejorar las condiciones de vida de su pueblo; ese que tantos esfuerzos hizo por la unificación, no sólo de su país sino de éste con otros de su entorno; ese que otrora apoyó causas altruistas de liberación…, nada ganó en el rumbo neoliberal que luego tomó abrazándose con los Estados Unidos y con Europa, actuando contra los migrantes africanos, enredado en las penumbras de la corrupción y en muchos casos en la represión a las protestas sociales, hasta adoptar un perfil sinuoso, indefinible, que no tiene que ver con el de un revolucionario. Su viraje no le mereció la preferencia ni de Europa ni de los gringos, así les venda el petróleo a precio de ganga y los informes sobre control de armamento de la Unión Europea afirmen que sus Estados miembros nada más en 2009 concedieron licencias para la venta de armas y sistemas de armamento a Libia por más de trescientos millones de euros, o que Gran Bretaña permitió a su industria armamentística vender material bélico a Libia por un monto de 24.700 millones, entre otros servicios de adiestramiento y asesorías.
Por lo demás, muchas deben ser las contradicciones que se suman a este panorama intrincado; la rivalidad histórica entre Trípoli y Bengasi, el poder de antiguos secesionistas, intereses tribales, la presencia de los monarquistas que aupados por el imperialismo ondean la bandera del rey, entre otros aspectos, son factores que no desaprovechan los intervencionistas para demoler la soberanía de Libia, tal y como ahora va quedando claro frente a quienes razonan sin confusión en un mundo en que el ejercicio de la política está tan corrompido, entremezclando derechas con falsas izquierdas, perdiéndose las fronteras que permiten definir lo legítimo y lo justo en manos de personajes que muchas veces se han plegado a interés de Estado o a simples intereses personales.
El imperialismo, que no tiene ética a la cual responder, entonces, hace lo que se le viene en gana con mayor facilidad y arrojo, especialmente cuando cuenta con la pusilanimidad de potencias como Rusia o China que, pudiendo evitar esa guerra, optan por una vana abstención. Ningún favor hacen a la autonomía de los pueblos posiciones de esta clase, o la sumisión de entes como la Liga Árabe. ¿A quién se le puede ocurrir hoy en día, luego de la experiencia de Irak y Afganistán, que cuando los yanquis hablan de exclusión aérea no van a proceder a descargar sus bombarderos sobre el suelo ajeno? Así que no les luce a los de la susodicha Liga escandalizarse con la agresión, ni rasgarse las vestiduras diciendo que condena los bombardeos porque exceden la propuesta inicial de establecer una “zona de excusión aérea”. Bien saben que la práctica de ese concepto ha sido aplicada con letales consecuencias. Bien saben que esa tal exclusión no se queda en la sola prohibición a un país para que vuele sobre su propio espacio aéreo sino que implica que se deje destrozar sus defensas para luego los propios agresores usar ese espacio y atacar.
Alarmarse de parte de quienes podían evitar esta criminal agresión y no lo hicieron es deplorable; decir: “a Rusia no le gusta el bombardeo de la OTAN. En Moscú lamentamos esta intervención armada efectuada en el marco de la resolución número 1973 de la ONU, adoptada apresuradamente”; “Alemania no participará en una intervención militar”, “nos preocupa”, “no estamos de acuerdo”, “condenamos”…, son frases llenas de inmundicia cuando salen de la voz de quienes guardaron silencio cuando debieron hablar, porque ahora, la verborrea vacía no le quita rigor a los bombardeos sobre el palacio presidencial de Trípoli o sobre las urbanizaciones, hospitales y escuelas que los Tomahawk han arrasado, ni le va a devolver la vida a los inocentes que han caído bajo el fuego de “los aliados”.
Los más arrastrados aparecen como los más duros, disputándose el primer lugar en la despreciable misión de ir como perro de presa atendiendo las ordenes yanquis de atacar sin piedad y dándonos una definición clara de lo que es la llamada comunidad internacional; así, salen algunos reptando y vociferando que hay que matar a al-Gaddafi para luego de inmediato excusarse manifestando que, bueno, esa no es propiamente la idea pero que si casualmente estaba por ahí en alguno de los sitios bombardeados, pues ni modo. Pero ninguna preocupación les genera el conjunto de la población que saldrá afectada, mucho menos la suerte de quienes no están con la oposición en los sitios donde esta impone su dominio con la fuerza de las armas.
Estos personajes siniestros de hoy en día son más despreciables por lo hipócritas. Reagan, por ejemplo, era un asesino despiadado y frontal. Cuando intentó matar a al-Gaddafi y no pudo, nunca ocultó cual era su intención y además se lamentó de no haber logrado el propósito. Los criminales de ahora son vergonzantes, prefieren vestirse de hermanas de la caridad. Mientras están enredados en negocios sucios elevan discursos de honradez y probidad. Mientras hablan en nombre de la paz argumentando que defenderán a la población civil, hacen su guerra asesinando a inocentes.
“Vamos a proteger a la población civil, pero de todas maneras irán a morir algunos en el desenvolvimiento de la operación”, sentenció el premier canadiense, mientras el Pentágono calculaba que tal vez se elevaría a ocho mil el número de bajas como consecuencia de los ataques de la “aviación aliada” en desenvolvimiento de la nefanda operación Odisea del Amanecer.
Frente a estas afirmaciones descaradas y mortíferas, no podemos menos que tener una actitud clara en condenar con firmeza la agresión de la alianza atlántica. Debemos defender los principios de soberanía, integridad y autodeterminación de Libia como de todos los pueblos del mundo contra el intervencionismo y la guerra criminal colonialista del imperialismo, pues parece que ya esos principios del derecho internacional hubiesen sido derogados por la arrogancia de la globalización capitalista.
La lección es clara: por más que al imperialismo se le hagan concesiones para sobrevivir, a la primera oportunidad este pasa la cuenta de cobro a quienes han creído que con estas ilusiones podrían sostenerse sin apremios.
¿Quién dio el derecho a los Estados Unidos, a Francia, a Inglaterra, a España…, para definir el destino de la humanidad; qué les autoriza o da derecho a saquear al mundo; qué poder moral tiene la ONU para intermediar en conflictos?
Hay que propiciar nuevos espacios, experimentar nuevas alternativas para hacer converger las voluntades, para activar el diálogo que evite las guerras intestinas, sobre todo si tras de ellas se esconde la voracidad colonialista que a toda costa ocultan las grandes cadenas de desinformación y manipulación al servicio del imperialismo.
Tendremos que proseguir con mayor determinación cada día la resistencia a la retórica falaz de los Estados imperiales que sínicamente montan sus discursos de defensa de los derechos humanos y de la democracia respecto a Estados del tercer mundo que pretenden independencia, pues no puede seguir ocurriendo ese absurdo de que desde la misma opinión de la izquierda se termine directa o indirectamente justificando las agresiones y sus consecuencias, a partir de prácticas moralistas fundadas en la propaganda abrumadora del enemigo que conlleva a escarbar con minucia las fallas del agredido distrayéndonos de las atrocidades del agresor. Dentro de este ritmo, no podemos pasar por alto que cada condena apresurada que se pretende con el supuesto interés de apartarse de los extremos desde el plano de lo “progresista”, lo que causa es confusión y daño a la resistencia antiimperialista, sobre todo cuando sabemos suficientemente que a países como Estados Unidos o Inglaterra, poco o nada les interesa los raseros éticos.
¿Acaso se sonrojaron siquiera luego que su “guerra humanitaria” en los Balcanes destruyó Yugoslavia y generó el arrasamiento étnico de más de doscientos mil serbios e integrantes de otros grupos humanos en Kosovo? Todo queda oculto bajo el manto del humanitarismo yanqui con la OTAN como fiel de la balanza imperial. ¿Cuántas veces, para entender la farsa intervencionista, deberemos ver que se desenvuelva el estratagema de las “disidencias” que se lanzan falsamente en defensa de la democracia, tal como ocurre con los blogueros discordantes del ciberespacio que ahora auspicia Estados Unidos para desestabilizar a Cuba?, por ejemplo.
Cada día pululan más y más disidencias, como protestas y conspiraciones financiadas por las trasnacionales, por la CIA y por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Estados Unidos, y aunque las experiencias de muchos países de Europa del este y de la Unión Soviética no son lejanas en el tiempo, no deja de haber quien se viste de equívoca palabrería moral que termina dando base de apoyo a quienes finalmente se entregan a las mafias y a los brazos del imperialismo generando verdaderos desastres, ahí sí, contra sus propios nacionales, poniéndose al servicio de las potencias que invaden y depredan el mundo.
¿Será esto lo que se desea para Libia, será esto lo que se desea como destino para la humanidad? Miremos bien hasta dónde va nuestra responsabilidad histórica ahora, porque luego de nada valdrán las lamentaciones.
La Unión Africana y los países del ALBA liderados por Venezuela, que ha sufrido suficientemente las desestabilizaciones que produce día a día contra el gobierno bolivariano la manipulación mediática, han bregado, al lado de otros factores de la política internacional, por generar espacios de diálogo, pero la perfidia intervencionista estaba tramada y decidida. No dejaron otra salida al gobierno de al-Gaddafi que decir, entonces, desde una posición de honor, que Libia estaba lista para la batalla, ya sea larga o corta. Washington, Londres, París, Roma y Madrid siguen su derrotero de muerte: atacan sobre seguros, argumentando que tienen orden de la ONU, de una organización internacional que da vergüenza cuando observamos que en Bahréin donde millares de manifestantes chiitas han protestado vehementemente contra el gobierno en las goteras de Manama retando la prohibición oficial de las concentraciones públicas y luego el estado de sitio decretado; ahí donde la represión gubernamental efectivamente ha causado decenas de muertos, nada dice frente al evidente apoyo que el rey de Arabia Saudita da al régimen; más bien la OTAN le respalda, como contraprestación al soporte que Arabia da a la alianza atlántica en su misión de destruir Libia para crear un flanco fuerte que favorezca a Israel en contra de Irán. Entretanto la Quinta Flota de los Estados Unidos, parece dormir imperturbable al pie de estos sucesos. A nadie del Pentágono o la Casa Blanca se le ocurre ir a defender a los alzados de la rotonda de la Perla sobre los que el régimen petrolero dispara sin compasión.
Igual ocurre en Yemen, donde los muertos en Saná son por decenas y los heridos por centenares como consecuencia de los disparos que las tropas oficiales han hecho contra los manifestantes que exigen la renuncia del presidente Alí Abdalá Saleh, mientras importantes jefes militares, incluyendo generales y decenas de oficiales, renunciaron a sus cargos y brindaron su apoyo a las protestas contra el presidente yemenita. Pero, vamos, se trata de un íntimo aliado de Estados Unidos, por lo que entonces, naturalmente, cuenta con su apoyo y el de las fuerzas sauditas.
Así, mientras los regímenes aliados de Washington aplastan protestas generando muertos y heridos por montones, el solemne Ban Ki-moon no se inmuta y, al humanitario Obama no se le ocurre desplazar su máquina bélica para defender a la población civil.
Alguna cosa deberán decirle a los Halcones de la casa Blanca las primeras encuestas hechas al público norteamericano y que, según el sociólogo e investigador James Petras, en 65 % muestran el rechazo a que Estados Unidos se involucrara en otra guerra abierta, que ya sería la tercera fuera de Irak y Afganistán. Opinión esta que cobija incluso a sectores conservadores que no comparten con otra guerra más cuando hay tantas dificultades económicas para los Estados Unidos, sin que los políticos que reciben financiamiento del complejo militar cesen en su lobby guerrerista, porque su prioridad es llenar los bolsillos propios y los de los consorcios a los que sirven.
Es una desconsideración inhumana esta nueva guerra en estos momentos en que el mundo sufre las graves consecuencias del cambio climático y del derroche desaforado de los recursos naturales. Es un crimen contra natura esta llamada Odisea del Amanecer que lidera el Premio Nobel de la Pax de los sepulcros, como es un crimen que la OTAN sostenga y extienda su gasto militar desaforado e inútil, arrogante y estúpido que sólo suma capacidad intimidatoria, chantaje militarista y execrable capacidad de destrucción nuclear capaz de acabar con el planeta decenas de veces.
Libia no es numerosa, pero tiene muchos recursos energéticos importantes, muy codiciados por Estados Unidos y Europa en estos momentos en que la explotación petrolera mundial ha llegado a su techo máximo de ascenso y continúa con un declive imparable que hace tiritar a las potencias capitalistas que ven imposible sortear la profunda crisis energética que ahoga poco a poco al capitalismo, más aún en esta coyuntura del desastre de la central nuclear de Fukushima y otras centrales averiadas en Japón, con toda su tecnología yanqui a bordo y que en opinión del director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica, Yukiya Amano, “se trata de un accidente gravísimo”.
De manera justa los cuestionamientos al uso de la energía nuclear se han multiplicado y la concreción espantosa de una tragedia que siempre se colocó por parte de sus responsables en el plano de lo no posible está ahí, presente con sus gravísimas consecuencias que, sin duda, van muchísimo más allá de las fronteras niponas estremeciendo las endebles y peligrosas bases del desarrollo energético de todo el orbe, cada día sacudido por el derroche consumista de un imperio que mientras cava su propio sepulcro terminará arrastrándonos a todos si no cohesionamos la fuerza de la unidad popular para resistirle y derrotarlo.
Así, La aventura criminal de Estados Unidos y sus cómplices sobre Libia y su intervención creciente en el norte de África y oriente medio, obedece al desespero que le genera la inminencia de su declive; por ello la experiencia de Irak y Afganistán, donde tienen su maquinaria militar empantanada no les basta. En Libia, donde abunda gente valerosa de tradición combativa, encontrarán sin duda otro pantano de arena y dignidad, del que no los salvarán los colaboracionistas ni el rumbo particular que pueda tomar al-Gaddafi. Contemos siempre con que el decoro de los pueblos, más allá de sus particulares dirigentes, conducirá los destinos del planeta por el mejor camino.
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