
No tenemos propiedades, ni acumulamos
riquezas, ni ganamos ningún salario
riquezas, ni ganamos ningún salario
En los diálogos del Caguán, ante decenas de representantes de la comunidad internacional, el comandante Manuel Marulanda, presentó un plan piloto integral de sustitución de cultivos ilícitos, en el municipio de Cartagena del Chairá durante cinco años. En abril del año 2000, el Estado Mayor Central de las FARC propuso, públicamente, la legalización de la droga, como única solución de fondo para liquidar el narcotráfico, propuestas que no se pueden ignorar cuando se analicen medidas de fondo y compromisos hacia su superación como cáncer de la humanidad.
Finalmente podemos asegurar que el narcotráfico no hubiera alcanzado sus niveles actuales en Colombia, ni permeado ni corrompido tan profundamente la sociedad, sin la complicidad de las administraciones, las fuerzas de seguridad y demás estamentos que conforman el Estado. Desde su irrupción en el país en la década de los 70, el narcotráfico ha sido consustancial al funcionamiento de todos los gobiernos, la policía, los militares y a buena parte del poder judicial y del Congreso. Son verdades que se están corroborando fácticamente. Si no estuviera en esta lucha,
¿Qué le hubiera gustado estar haciendo en estos momentos?
El realismo que exige nuestra lucha nos limita para incursionar en hipótesis de ese tipo. Pero le comento que la creciente y agresiva guerra sucia del Estado nos expulsó de la ciudad a muchos obligándonos a trabajar en las montañas, en mi caso desde 1978, luego de diez años de activismo político revolucionario legal. Miles de mis amigos y compañeros de trajín en barrios, sindicatos, colegios y universidades que heroicamente mantuvieron en alto nuestro sueño de una Colombia democrática e independiente conquistada por las vías legales, fueron asesinados sistemática y alevemente en absoluto estado de indefensión por una oligarquía excluyente que pareciera no entender otro lenguaje que el de los fusiles. Así cayeron Manuel Cepeda, Jaime Pardo, Leonardo Posada, Alfonso Cujavante, Boris Zapata, Bernardo Jaramillo, Teófilo Forero, José Antequera, Carlos Kovaks, Gabriel Jaime Santamaría, Carlos Gónima, Pedro Nel Jiménez, Miguel Suárez, Javier Baquero, José Romaña Mena, Otilia Serna, Orlando Mesa, José Miller Chacón y miles más, gente valiosa, buena, comprometida con la causa popular. Es probable que con todos ellos estuviésemos trabajando en paz, de no mediar el terrorismo de Estado, por una Colombia más amable y personalmente, de pronto, vinculado de alguna forma a la academia.
¿Qué le ha parecido que en Venezuela se hubiera inaugurado una estatua de Marulanda?
Es el primero de miles de merecidos homenajes masivos que se tributarán a uno de los más grandes guerreros revolucionarios latinoamericano, que nos llena de gratitud a los combatientes colombianos, enaltece al hermano pueblo venezolano, a la Coordinadora Continental Bolivariana, a los habitantes del barrio 23 de Enero y a las autoridades caraqueñas, quienes por encima de la propaganda y campañas del gobierno colombiano, de sus despropósitos y mentiras, han hecho trascender el valor histórico de la figura y obra del Mariscal de la Guerra de Guerrillas que durante 60 años combatió incesantemente por los intereses populares y que condujo al colectivo que creó y consolidó un ejército rebelde, que teorizó sobre sus tácticas y cimentó su estrategia, que delineó el programa bolivariano para una nueva Colombia y que minuto a minuto, durante todo ese tiempo, luchó por un gobierno que representara el interés popular. Un hombre así, de tal dimensión, suscita la simpatía de todos los pueblos del mundo, por encima de las odiosas consejas de sus adversarios y de la pequeñez moral que evidenciaron ante la noticia de su fallecimiento
Finalmente podemos asegurar que el narcotráfico no hubiera alcanzado sus niveles actuales en Colombia, ni permeado ni corrompido tan profundamente la sociedad, sin la complicidad de las administraciones, las fuerzas de seguridad y demás estamentos que conforman el Estado. Desde su irrupción en el país en la década de los 70, el narcotráfico ha sido consustancial al funcionamiento de todos los gobiernos, la policía, los militares y a buena parte del poder judicial y del Congreso. Son verdades que se están corroborando fácticamente. Si no estuviera en esta lucha,
¿Qué le hubiera gustado estar haciendo en estos momentos?
El realismo que exige nuestra lucha nos limita para incursionar en hipótesis de ese tipo. Pero le comento que la creciente y agresiva guerra sucia del Estado nos expulsó de la ciudad a muchos obligándonos a trabajar en las montañas, en mi caso desde 1978, luego de diez años de activismo político revolucionario legal. Miles de mis amigos y compañeros de trajín en barrios, sindicatos, colegios y universidades que heroicamente mantuvieron en alto nuestro sueño de una Colombia democrática e independiente conquistada por las vías legales, fueron asesinados sistemática y alevemente en absoluto estado de indefensión por una oligarquía excluyente que pareciera no entender otro lenguaje que el de los fusiles. Así cayeron Manuel Cepeda, Jaime Pardo, Leonardo Posada, Alfonso Cujavante, Boris Zapata, Bernardo Jaramillo, Teófilo Forero, José Antequera, Carlos Kovaks, Gabriel Jaime Santamaría, Carlos Gónima, Pedro Nel Jiménez, Miguel Suárez, Javier Baquero, José Romaña Mena, Otilia Serna, Orlando Mesa, José Miller Chacón y miles más, gente valiosa, buena, comprometida con la causa popular. Es probable que con todos ellos estuviésemos trabajando en paz, de no mediar el terrorismo de Estado, por una Colombia más amable y personalmente, de pronto, vinculado de alguna forma a la academia.
¿Qué le ha parecido que en Venezuela se hubiera inaugurado una estatua de Marulanda?
Es el primero de miles de merecidos homenajes masivos que se tributarán a uno de los más grandes guerreros revolucionarios latinoamericano, que nos llena de gratitud a los combatientes colombianos, enaltece al hermano pueblo venezolano, a la Coordinadora Continental Bolivariana, a los habitantes del barrio 23 de Enero y a las autoridades caraqueñas, quienes por encima de la propaganda y campañas del gobierno colombiano, de sus despropósitos y mentiras, han hecho trascender el valor histórico de la figura y obra del Mariscal de la Guerra de Guerrillas que durante 60 años combatió incesantemente por los intereses populares y que condujo al colectivo que creó y consolidó un ejército rebelde, que teorizó sobre sus tácticas y cimentó su estrategia, que delineó el programa bolivariano para una nueva Colombia y que minuto a minuto, durante todo ese tiempo, luchó por un gobierno que representara el interés popular. Un hombre así, de tal dimensión, suscita la simpatía de todos los pueblos del mundo, por encima de las odiosas consejas de sus adversarios y de la pequeñez moral que evidenciaron ante la noticia de su fallecimiento
Miles de amigos, indefensos,
fueron asesinados
fueron asesinados
por una oligarquía excluyente
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