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lunes, 25 de mayo de 2009



BOLIVARISMO Y MARXISMO: UTOPÍA COMO VISIÓN DE FUTURO.

Escrito por Jesús Santrich. FARC-EP
viernes, 22 de mayo de 2009




En Bolívar primero que en Marx la visión de futuro estuvo presente como constante; como perspectiva de lo histórico que no se prevé consumido en la propia época que se está viviendo sino que plantea la acción para un prospecto que siempre va más allá, trascendiendo, aún si las circunstancias parecieran adversas para su concreción en el largo plazo. Y no es que Bolívar o Marx no hubiesen trazado horizontes inmediatos también; sí, pero como etapas a ser agotadas en el camino a seguir en busca de horizontes de futuro en los que preveían las sociedades fecundas erigidas sobre el terreno de la igualdad y la democracia.
Por ejemplo, para el caso del Libertador, el de una gran patria continental con proyección ecuménica, no para avasallar sino para liberar: " Volando por entre las próximas edades, mi imaginación se fija en los siglos futuros, y observando desde allá, con admiración y pasmo, la prosperidad, el esplendor, la vida que ha recibido esta vasta región, me siento arrebatado y me parece que ya la veo en el corazón del universo, extendiéndose sobre sus dilatadas costas, entre esos océanos que la naturaleza había separado, y que nuestra Patria reúne con prolongados, y anchurosos canales. Ya la veo servir de lazo, de centro, de emporio, a la familia humana: ya la veo enviando a todos los recintos de la tierra los tesoros que abrigan sus montañas de plata y de oro; ya la veo distribuyendo por sus divinas plantas la salud y la vida a los hombres dolientes del antiguo universo; ya la veo comunicando sus preciosos secretos a los sabios que ignoran cuán superior es la suma de las luces, a la suma de las riquezas, que le ha prodigado la naturaleza. Ya la veo sentada sobre el Trono de la Libertad, empuñando el cetro de la Justicia, coronada por la Gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno", (BOLÍVAR, Simón. Discurso ante el Congreso de Angostura).
Tanto en Bolívar como en Marx, no hay pesimismo en el futuro, quizás podría haber en su propio presente decepción y contrariedades producto de la in-concreción de lo inmediato, pero no para el futuro.
Esa es, tal vez, una de las más ricas herencias para los revolucionarios: los elementos para hacer la aprehensión de que frente al peligro en que el imperialismo ha puesto la existencia misma del planeta bosquejando un desarrollismo de catástrofe, no vale de nada la incertidumbre y el silencio, pues frente a los grandes retos, son necesarias las grandes determinaciones, la triple audacia…, la acción que supere el determinismo reivindicando el papel de la subjetividad, la pasión, la audacia, la temeridad y la fe en la iniciativa de las masas aún frente a la inminencia de la “derrota”; porque es que ésta, aun presentándose, en el revolucionario verdadero no se torna en derrota como capitulación hacia la domesticación, la sumisión y el arrepentimiento del propósito, que es lo que pretende el enemigo de clase enrostrando la caída de muchos proyectos “socialistas” o que pretendieron serlo, para en el seno de las izquierdas sembrar el pesimismo, tal como efectivamente lo han conseguido en muchos sectores otrora revolucionarios, y especialmente dentro de esa llamada intelectualidad “progresista”. Han puesto a estos elementos a jugar su asqueroso papel de apóstatas, teorizando sobre la idea engañosa de que nos enfrentamos a un universo que respecto al de unas décadas atrás es radicalmente distinto, en el sentido de que esto implica, entonces, nuevas coordenadas para la acción, nuevas formas de pensamiento; es decir, el abandono de las formas del pensamiento y de la acción política propias de la “era moderna”, pues estamos en la “post-modernidad”. Por tanto, digamos adiós al marxismo y a esa “quimera” que es el socialismo; y en la misma línea, “con mayor razón”, digamos adiós a ese pensamiento “trasnochado” que se compendia en el bolivarismo y es su ideal de Patria Grande.
En el ámbito de la conciencia revolucionaria esto es impensable. Si somos verdaderos marxistas y bolivarianos, aún en las perores circunstancias, nuestra utopía de socialismo y Patria Grande, ha de denotar la mayor fortaleza moral, inquebrantable como la moral del Bolívar de 1812, que derrotado en Puerto Cabello resurge en la Campaña Admirable…, como el Bolívar posterior a cada uno de los fracasos en su brega por expulsar al imperio español de Nuestra América, que de cada adversidad emerge “como el sol, brotando rayos por todas partes”.
Recordémoslo a Bolívar, solamente para ilustrar la moral sublime que atañe la utopía revolucionaria frente a los descalabros, cuando en un memento extremadamente difícil en que en el Perú tomaba fuerza la contrarrevolución porque Torre Tagle y Riva Agüero, con el pleno apoyo de la oligarquía, habían traicionado la causa independentista pasando con hombres y armas, al ejército español, entonces casi moribundo en Pativilca extrema su fe en la victoria. El mismo Sucre, héroe de Ayacucho, a quien el Libertador consideraba el más valioso de sus oficiales aconsejaba en aquella circunstancia desfavorable “evacuar el Perú”, con el fin de “conservar (Colombia) la más preciosa parte de nuestros sacrificios”. No obstante la descripción que hace Joaquín Mosquera de su encuentro con el Libertador nos da la claridad de porqué Pablo Morillo, el “pacificador” español decía que Bolívar “es más peligro vencido que vencedor”, o que “Bolívar es la revolución”. Dice Mosquera, que estando de paso en misión diplomática hacia Chile, se entrevistó con Bolívar en PativiIca y le encontró en lamentables condiciones; “... tan flaco y extenuado (...) sentado en una pobre silla de vaqueta, recostado contra la pared de un pequeño huerto, atada la cabeza con un pañuelo blanco y sus pantalones de jean, que le dejaban ver sus rodillas puntiagudas, sus piernas descarnadas, su voz hueca y débil, su semblante cadavérico (...) y con el corazón oprimido (…)”. Mosquera viéndolo en aquella situación lastimera le preguntó: “¿Y qué piensa hacer usted ahora?”. Bolívar, entonces “avivando sus ojos huecos, y con tono decidido, me contestó: '¡Triunfar!”. (LIÉVANO AGUIRRE, Indalecio: "Bolívar". Caracas, 1974, p. 323)
Fue bajo aquellas mimas terribles circunstancias que expresó también: “mi consigna es morir o triunfar en el Perú” (Ídem., p. 327).
Y no ocurrió lo primero: en el año 1825 el ejército del Libertador, con sus armas de infantería, caballería, artillería y marina recompuestas, fue la primera potencia militar de América.
Para el caso de Marx y del marxismo, se puede observar el significado de la utopía, en la reivindicación que Marx hiciera de la misma respecto a la situación concreta de lo vivido por los obreros parisinos de 1870, o en la reflexión que Lenin concibiera en relación con la situación de los revolucionarios rusos de 1905.
En el primer caso, Marx toma el ejemplo de la Comuna de París para hacer planteamientos de fondo que incluso le llevan a variar puntos de vista plasmados en el Manifiesto Comunista. El levantamiento de 1871, logró enorme admiración en diversos aspectos, como el de “la destrucción del Estado parásito”, suscitando además el que se asumiera la esencia del Programa y los objetivos de los revolucionarios parisinos.
Y en el segundo caso, la reivindicación de la utopía se percibe en la crítica de Lenin a Plejánov por sus sermones y querellas contra quienes se atrevieron a hacer el levantamiento: "no había que haber tomado las armas", decían. Pero en justa argumentación de rescate del papel de la subjetividad, del romanticismo si se quiere…, y en contra del malentendido o mal asumido “materialismo”, que descalifica a quienes lo arriesgaron todo por la opción de la dignidad, Lenin pondera a los revolucionarios de 1905 rescatando la posición de Marx en cuanto a la admiración que le generó el intento de los comuneros parisinos de “tomar el cielo por asalto”. Como Marx, Lenin también toma partido por la Comuna de París con todo y sus “fracaso” y asume la “derrota” del levantamiento de 1905 en su dimensión positivamente ejemplificante.
En los mencionados casos, como cuando el Che de la Higuera que frente a sus captores dice que aún esa, su “derrota”, puede ser el factor que estremezca la conciencia del pueblo boliviano, en lo que se mira es en el ejemplo que la acción altruista del hombre puede cimentar en pro de la conquista del futuro mejor.
A propósito de la Comuna de París, Marx había escrito que: "La canalla burguesa de Versalles, puso a los parisinos ante la alternativa de cesar la lucha o sucumbir sin combate. En el segundo caso, la desmoralización de la clase obrera hubiese sido una desgracia enormemente mayor que la caída de un número cualquiera de ‘jefes’."

Palabras estas que son reafirmación de la confianza absoluta en el ímpetu que puede ser el ejemplo de los revolucionarios: “Tomar el cielo por asalto”, al menos intentarlo, en rompimiento con cualquier ortodoxia estéril, contra cualquier “objetivismo” inútil. En fin, “ser realistas, haciendo lo imposible”, como en la determinación de ascender los Andes y contra todo pronóstico triunfar; es decir “hacer lo imposible porque de lo posible se encargan los demás todos los día”.
Negar la utopía, entonces, es negar la posibilidad creadora del ser humano, y sobre manera, la posibilidad transformadora, revolucionaria de ese mismo ser humano.
Hoy día en que acabar con la humanidad, realizar ese desastre antes inimaginable, está dentro de todas las posibilidades científicas, quienes nos negamos a creer que el carácter natural del hombre es ser lobo del propio hombre, estamos en el deber de sostener y luchar por la utopía no sólo de la existencia del ser humano y de la naturaleza en equilibrio, sino del mejor estar de la sociedad en condiciones de colaboración, ayuda mutua y felicidad. Así, la esencia del problema está totalmente evidenciada para el presente: “Comunismo o Caos”.
Lo que está en juego es la supervivencia misma de la especie humana, de la vida y de la naturaleza en general por cuenta del poder destructor del capitalismo. Pero para hacer florecer la alternativa del comunismo, no deberemos esperar pacientemente en la inacción el fin automático del capitalismo; la intervención consciente de la humanidad es una necesidad y un deber impostergable que exige de los revolucionarios la conjugación de la utopía en la praxis liberadora, a cualquier costo.

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