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lunes, 25 de mayo de 2009





Segunda parte




UTOPÍA, REALISMO E HISTORIA EN EL BOLIVARISMO MARXISTA.




Escrito por Jesús Santrich. FARC-EP
martes, 19 de mayo de 2009





Se suele tomar por conclusión que el marxismo ha criticado la “utopía”, sobre todo refiriéndose al “socialismo utópico”, al que le coloca el “socialismo científico” en oposición, objetando del primero su manera de plantear un futuro mejor sólo en abstracto; y quizás en ese sentido, sobre todo en cuanto a entender que la “utopía” es el sueño irrealizable, la quimera inalcanzable, ser “utópico” se convierte en el estigma de la pura ficción, ilusos sus mentores y seguidores todos…, porque lo que hicieron fue simplemente imaginar paraísos, hermosos anti-mundos, pero sin proponer el cómo que haga alternativa. La “utopía” es vana ocurrencia, podría decirse, para la cabeza de un “realista”, “materialista dialectico-histórico”, que mira hacia “el análisis concreto de la situación concreta”; insubstancial idea, para quien la sola posibilidad vital no basta, pues hay que definir medios y métodos para jugar el papel transformador que indica la “filosofía marxista”, para la que no basta la crítica, podríamos agregar, sino el diseño claro de la alternativa posible.
¿Y lo “imposible entonces”?
Valga precisar, que en el sentido bolivariano la construcción no es fantasiosa; ella se hace sobre bases concretas pero no sólo, sino además con el acicate de la proyección futura que cuando entrelaza utopía e historia le da dimensiones incesantes, no de final en una meta sino de prosecución hacia cada vez nuevos horizontes superiores.
Agreguemos, que no es del caso definir ahora si Robert Owen, Saint-Simon, Fourier o Proudhon al decirse que son socialistas utópicos quedan descalificados por el marxismo, o si sencillamente es una manera de decir que el revolucionario no debe quedarse solamente en el utopismo como ejercicio de la fantasía; es decir en la construcción sin determinación de concreción. Lo que es claro, pero parecen olvidarlo quienes por subrayar en el “realismo”“científico” y en la “cientificidad” de un “materialismo” muchas veces desfigurado, es que el socialismo llamado utópico, ha sido y seguirá siendo fuente insustituible del marxismo; el socialismo utópico es, entonces, fuente fundamental también, de las convicciones que nutren al bolivariano de hoy, en el que como en el marxismo utopizar no puede tener un sentido fuera de la acción y la consecuencia con lo que se piensa. supuestamente
En términos de Guevara el revolucionario, efectivamente, debe ser “un hombre que actúa como piensa”. Tal como lo era Bolívar, incluso en la búsqueda de lo “imposible” o de lo que pareciera tal. De tal suerte que la utopía es, así, proposición alternativa de vida, posible o, por qué no, “imposible” en un momento determinado, pero factor en todo caso, que mantiene la perspectiva del logro constante de nuevos estadios de desarrollo social humanizantes.
Como la historia, entonces, la utopía que es jalón de su desenvolvimiento, también en la búsqueda de lo que pareciera “imposible”, guarda condición de incesancia y, en consecuencia, es factor que no se consume como energía de cambio.
En tal sentido, los revolucionarios día a día deberemos luchar por que las fuerzas productivas no se conviertan en las fuerzas que destruirán el orbe, mostrando que mientras exista la conciencia revolucionaria la posibilidad del deber ser ha de tener toda la energía utópica que la hace conciencia histórica que transitará ineluctablemente hacia una sociedad sin explotadores ni explotados.
Dentro de esta concepción, ni siquiera es admisible el fin de un determinado tipo de utopía, de una utopía en concreto, por la sencilla razón de que, en el sentido expresado, la utopía, aunque se presente con características diversas en momentos diferentes, tal como la historia, lo que hace es adquirir nuevos estadios de desarrollo humanizante, nuevas dimensiones, pero no finalización.
Admitir el fin de la utopía, sería como admitir la posibilidad del fin de la historia.
Podríamos plantear superar el ideario de los socialistas utópicos, como era la intención de la crítica marxista; podríamos plantear superar -no negar-, también, los propósitos y metas del socialismo científico; o, más sencillo aún, los ideales y metas del, en gran medida fracasado, socialismo real; o podríamos seguir propugnado por la sociedad del trabajo como utopía, o también persistir, como Marcuse en los años 60, en que ha llegado el momento histórico en el que es posible construir una sociedad libre porque el desarrollo de las fuerzas productivas ha alcanzado el nivel que permitiría erradicar el hambre y la miseria, y así concluir que entonces ese propósito en el mundo dejaba de ser un “sueño utópico”. Se podría, diríamos entonces, atendiendo a esta última concepción, edificar una civilización no represiva porque hay las condiciones para ello y de ahí, pues, tener la evidencia del final Marcuseano del la utopía; un fin que significa “que las nuevas posibilidades de una sociedad humana y de su mundo circundante están dadas…, pero fuera del mismo continuo histórico respecto a la sociedad anterior”.(MARCUSE, Herbert: El fin de la utopía. Planeta Editores. Barcelona 1986, p. 7).
Pero en el sentido revolucionario, bolivariano y marxista, ciertamente la utopía está en su propio continuo de cambio dialéctico que, por mucha ruptura o cambio radical que tenga, conlleva ilación con el pasado. No puede ser un concepto estático sino cambiante en sus contenidos proposicionales, los cuales al mismo tiempo no deben ser ataduras a formas ineludibles de experiencias, como las fracasadas del llamado socialismo real, por ejemplo, sino que lo que implican es hacer superación retomando lo positivo de cada realización.
En conclusión, el sentido histórico de la utopía y del bolivariano “hacer lo imposible”, estaría referido a ideales de transformación social que quizás no tengan aún en su favor los factores subjetivos y objetivos de una determinada situación…; no contengan, digamos, las condiciones de madurez como podría ocurrir en tiempo de Bolívar con la construcción de la Patria Grande, o en tiempos de La Comuna Parisina con la materialización del comunismo, o aún ni en los tiempos del siglo XX en los que se intentaron modelos de “socialismo” muchos de los cuales no cristalizaron reflejando consecuencia o siquiera suficiencia o aproximación respecto al genuino ideal marxista, para perdurar y transitar hacia estadios superiores. Pero de ninguna manera es la utopía la acción contra-natura o anti-histórica. Nada hay que nos indique lo contra-natura o lo anti-histórico del la utopía del socialismo y la Patria Grande como síntesis de la integración bolivarismo-marxismo de nuestros días, por ejemplo.
Pero bien, cuando se nos plantea, entonces, el asunto de “el final de la utopía” en el sentido de la conquista del propósito altruista, o su culminación como producto de la muerte de la esperanza; o también el de su finalización en el sentido de Marcuse; es decir, en este último caso, en cuanto a que se den las condiciones para que el propósito que se pretendía altruista cuente ya con las condiciones objetivas y subjetivas para entenderse como absolutamente factible..., se estaría frente a hipotéticas circunstancias que en uno u otro caso implican un movimiento de época, un cambio en las características del momento que se vive, un “nuevo período”, una transición o un cambio abrupto respecto a una circunstancia histórica anterior que se puede asumir en términos de rompimiento o de renovación, en sentido de rechazo total de lo viejo para sustituirlo por lo nuevo, o en términos del cambio radical que si bien implica desechar lo viejo no involucra ello como absoluto, sino recabando en el rescate de lo más rico del pasado como experiencia, como tradición valiosa, hacia la que siempre hay que mirar para afrontar el futuro con optimismo.
En el revolucionario, el tiempo preté­ritos no debe desaparece de su visión creadora, porque es el recinto de la experiencias que hay que acumular para hacer las nuevas construcciones, siendo una falacia aquello del simple cambio de “lo viejo por lo nuevo” para llegar a conclusiones absurdas como esa de que la Modernidad, por ejemplo, no puede pedir a otras épocas las pautas por las que ha de orientarse, sino que depende de sí mis­ma absolutamente…, o que tiene que extraer de sí misma sus elementos normativos.
El pasado no se puede devaluar simplemente por ser tal, pues en tanto las construcciones sociales tiene un sentido histórico, en él también están los principios normativos que la experiencia deja para las creaciones futuras; en definitiva, en tanto la historia es visión del movimiento de la humanidad en todas las dimensiones temporo-espaciales, como conjunto, en el revolucionario la experiencia del pasado va ineluctablemente unida a la proyección de las nuevas metas futuras; es decir que historia y utopía van juntas una con la otra interrelacionadas; o si se quiere, haciendo un mismo conjunto.
Podríamos decir sin temor a equívocos que no hay espíritu revolucionario que no deba estar tocado por la magia de la conciencia histórica, por el sentido de su conocimiento como necesidad que incluye a “lo viejo”, al mismo tiempo que del fervor de la utopía, en una asociación que busca el equilibrio entre lo uno y lo otro en ese camino que llamamos esperanza.

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