La incesante Guerra por la Paz
La paz es el principal componente de la estrategia de las FARC y puede sustentarse en la extraordinaria concepción que de ella tenía el Libertador Simón Bolívar: "la insurrección se anuncia con el espíritu de paz, se resiste contra el despotismo porque éste destruye la paz, y no toma las armas sino para obligar a sus enemigos a la paz".
A ella dedicaron toda su vida Manuel Marulanda Vélez, Jacobo Arenas, Jacobo Prías Alape, Efraín Guzmán, Raúl Reyes, Iván Ríos y todos los combatientes guerrilleros que a pesar de haber partido continúan firmes, enhiestos, en sus trincheras de combate por la paz.
En 1984 con motivo del Acuerdo de La Uribe firmado por el gobierno de Belisario Betancur y las FARC, ésta organización se convirtió en plataforma de lanzamiento del movimiento Unión Patriótica que al año siguiente recorría las plazas públicas, buscando por la vía electoral, un espacio para la lucha política presentándose en esas tribunas como alternativa de poder y de cambio frente a los partidos de las oligarquías, el liberal y el conservador, responsables de la crisis histórica del país. Luego de pocos meses de campaña la Unión Patriótica logra elegir en el 86, 17 congresistas, 23 diputados y 350 concejales. Ni los gobiernos de Betancur y Barco, ni las mayorías del Congreso cumplieron con lo pactado en Casa Verde, y por el contrario, asesinaron a dos candidatos presidenciales de la UP, a la gran mayoría de los elegidos a las corporaciones públicas y a cerca de 5 mil de sus militantes en todo el territorio nacional.
Tal vez aquellos que se impacientan porque las FARC no entran dócilmente al callejón sin salida de la lucha electoral, no conocen o quieren pasar por alto las duras realidades de la confrontación política en Colombia. Bajo la conducción de Manuel Marulanda Vélez las FARC han hecho hasta lo imposible por alcanzar la paz por la vía del entendimiento, del acuerdo, pero no encontraron nunca reciprocidad ni voluntad política por parte del gobierno.
Desde el Estado se concibe la paz como la incorporación de la insurgencia al sistema político vigente, sin cambios en las injustas estructuras. Para ellos la paz es la desmovilización y entrega de armas y la conservación de sus privilegios a cambio de algún ministerio o cargo público para los comandantes y la miseria y el olvido, como en el pasado, para los combatientes.
El caso es que los guerrilleros de las FARC no están luchando por beneficios personales, sino por el bien común, por un gobierno como lo quería Bolívar, que le dé al pueblo la mayor suma de felicidad posible, empeño en el que muchos compañeros ofrendaron su sangre, mirando extasiados esa Nueva Colombia del futuro, la que soñaron en paz, con justicia social y libre de cadenas neocoloniales. Y es también por su sagrada memoria, que los guerrilleros y las guerrilleras farianas, no claudican. Los diálogos de La Uribe, Caracas, de Tlaxcala y San Vicente en procura de una solución política no llegaron al puerto de la paz, fundamentalmente por la intransigencia de las oligarquías liberal-conservadoras, santanderistas, que nunca se han sentido abandonadas por la perfidia y las armas del gobierno de Washington, obsesionado con el expolio.
Diálogos como el del Caguán fueron una obra de teatro, una maniobra política bien montada, en la que el gobierno de Pastrana sólo buscaba ganar tiempo para la reingeniería del ejército y ultimar detalles del Plan Colombia antes de aflojarle las riendas.
Hoy por hoy, el único escenario posible para la paz sería el de un gobierno tambaleante ante la movilización popular generalizada, haciendo uso de todas las formas de lucha legitimadas por el derecho universal. El otro escenario sería el de un nuevo gobierno surgido de un Gran acuerdo Nacional, que empuñando la bandera de la paz democrática, recoja las tropas en sus cuarteles, despache para su casa a los injerencistas y mercenarios del Comando Sur, y convoque el diálogo de paz, en el que al lado de la guerrilla participe el pueblo, como en el Caguán, y firmado el acuerdo –como lo visualizaba Manuel-, proceda a convocar una Asamblea Nacional Constituyente, que refrende ese pacto social por la paz, la justicia y la dignidad.
Tomado de Resistencia 37
La paz es el principal componente de la estrategia de las FARC y puede sustentarse en la extraordinaria concepción que de ella tenía el Libertador Simón Bolívar: "la insurrección se anuncia con el espíritu de paz, se resiste contra el despotismo porque éste destruye la paz, y no toma las armas sino para obligar a sus enemigos a la paz".
A ella dedicaron toda su vida Manuel Marulanda Vélez, Jacobo Arenas, Jacobo Prías Alape, Efraín Guzmán, Raúl Reyes, Iván Ríos y todos los combatientes guerrilleros que a pesar de haber partido continúan firmes, enhiestos, en sus trincheras de combate por la paz.
En 1984 con motivo del Acuerdo de La Uribe firmado por el gobierno de Belisario Betancur y las FARC, ésta organización se convirtió en plataforma de lanzamiento del movimiento Unión Patriótica que al año siguiente recorría las plazas públicas, buscando por la vía electoral, un espacio para la lucha política presentándose en esas tribunas como alternativa de poder y de cambio frente a los partidos de las oligarquías, el liberal y el conservador, responsables de la crisis histórica del país. Luego de pocos meses de campaña la Unión Patriótica logra elegir en el 86, 17 congresistas, 23 diputados y 350 concejales. Ni los gobiernos de Betancur y Barco, ni las mayorías del Congreso cumplieron con lo pactado en Casa Verde, y por el contrario, asesinaron a dos candidatos presidenciales de la UP, a la gran mayoría de los elegidos a las corporaciones públicas y a cerca de 5 mil de sus militantes en todo el territorio nacional.
Tal vez aquellos que se impacientan porque las FARC no entran dócilmente al callejón sin salida de la lucha electoral, no conocen o quieren pasar por alto las duras realidades de la confrontación política en Colombia. Bajo la conducción de Manuel Marulanda Vélez las FARC han hecho hasta lo imposible por alcanzar la paz por la vía del entendimiento, del acuerdo, pero no encontraron nunca reciprocidad ni voluntad política por parte del gobierno.
Desde el Estado se concibe la paz como la incorporación de la insurgencia al sistema político vigente, sin cambios en las injustas estructuras. Para ellos la paz es la desmovilización y entrega de armas y la conservación de sus privilegios a cambio de algún ministerio o cargo público para los comandantes y la miseria y el olvido, como en el pasado, para los combatientes.
El caso es que los guerrilleros de las FARC no están luchando por beneficios personales, sino por el bien común, por un gobierno como lo quería Bolívar, que le dé al pueblo la mayor suma de felicidad posible, empeño en el que muchos compañeros ofrendaron su sangre, mirando extasiados esa Nueva Colombia del futuro, la que soñaron en paz, con justicia social y libre de cadenas neocoloniales. Y es también por su sagrada memoria, que los guerrilleros y las guerrilleras farianas, no claudican. Los diálogos de La Uribe, Caracas, de Tlaxcala y San Vicente en procura de una solución política no llegaron al puerto de la paz, fundamentalmente por la intransigencia de las oligarquías liberal-conservadoras, santanderistas, que nunca se han sentido abandonadas por la perfidia y las armas del gobierno de Washington, obsesionado con el expolio.
Diálogos como el del Caguán fueron una obra de teatro, una maniobra política bien montada, en la que el gobierno de Pastrana sólo buscaba ganar tiempo para la reingeniería del ejército y ultimar detalles del Plan Colombia antes de aflojarle las riendas.
Hoy por hoy, el único escenario posible para la paz sería el de un gobierno tambaleante ante la movilización popular generalizada, haciendo uso de todas las formas de lucha legitimadas por el derecho universal. El otro escenario sería el de un nuevo gobierno surgido de un Gran acuerdo Nacional, que empuñando la bandera de la paz democrática, recoja las tropas en sus cuarteles, despache para su casa a los injerencistas y mercenarios del Comando Sur, y convoque el diálogo de paz, en el que al lado de la guerrilla participe el pueblo, como en el Caguán, y firmado el acuerdo –como lo visualizaba Manuel-, proceda a convocar una Asamblea Nacional Constituyente, que refrende ese pacto social por la paz, la justicia y la dignidad.
Tomado de Resistencia 37
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