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jueves, 14 de julio de 2011

El bombardeo mediático a Alfonso Cano.





Desde la trinchera (4) Destacado

Jorge Briceño Suárez-Comandante de las FARC-EP-
Montañas de Colombia, julio 5 de 2011

El bombardeo mediático a Alfonso Cano.

Según la máquina de desinformación santista, fue bombardeado el campamento del comandante Alfonso Cano en un área limítrofe de los departamentos del Huila, Tolima y Cauca. Entre los escombros humeantes fueron hallados y “capturados” dos perros y un teléfono satelital; También muchos paquetes de cigarrillos que no fuma el comandante. “Se nos escapó por doce horas”, pregona teatralmente consternado, el lenguaraz presidente de Colombia. Esa era la “gran noticia sobre Cano” que había trinado con insistencia el Twitter presidencial.
Según el ministerio de Defensa, seis mil hombres, con decenas de aeronaves, piezas artilleras y sofisticada inteligencia técnica, estarían tras el rastro del jefe insurgente en la cordillera central. El anuncio se asemeja a los reportes triunfalistas de la década del 60 cuando el objetivo era Manuel Marulanda Vélez.

No sabe el gobierno cómo quitarse de encima el cuestionamiento creciente de algunos sectores de opinión, por la ineficacia de las fuerzas militares ante la ofensiva de las FARC en todo el país. Como un lamento lastimero suena la queja de los inversores en el sentido de que el gobierno Santos bajó la guardia en seguridad.

En estos días hemos escuchado las más diversas explicaciones tontas a la nueva situación del conflicto: una de ellas, la del propio presidente Santos, quien atribuye el incremento del accionar militar de la guerrilla a una suerte de desespero de las FARC por la ocupación militar de sus “madrigueras”. El desespero es de Santos, no de las FARC, que simplemente actúan sobre la base de planes militares y políticos. Es también una tesis peregrina, afirmar, como lo hace el mismo personaje, que lo que se ha incrementado no son los ataques y hostigamientos, sino la “vistosidad” de los mismos. El comandante de las Fuerzas Militares, almirante, Edgar Cely, que está obligado a conocer la táctica del adversario, ahora descubre, o se queja, que es difícil golpear a una guerrilla que actúa bajo la modalidad de comandos móviles. Allá los que pretendieron engañar al país con el cuento del “fin del fin” de la guerrilla, y del pos conflicto. El mismo Santos develó con descarado orgullo los artificios familiares para manipular la opinión al comentar la costumbre de su padre en la redacción del diario El Tiempo de ordenar, en ausencia de noticias, exagerar las de orden público.

Lo que debe quedar claro, es que con campañas mediáticas mentirosas, no es posible derrotar una fuerza militar revolucionaria profundamente enraizada en los anhelos populares. Montar escenas en la televisión sobre el traqueteo de la máquina de guerra en el sur del Tolima, es inconducente, no inclinará la balanza a favor del Estado. Nada cuesta reconocer que la guerrilla asimiló la modalidad operativa sustentada en la tecnología militar de punta, y que es más práctico buscar una solución política del conflicto, que intentar matar a Cano con bombardeos mediáticos.

La gallina que empolla los huevitos de Uribe

En la promocionada entrevista de Los Caracoles (radio y televisión), respondiendo al deterioro en la percepción de la seguridad, Santos cacareaba que no se le podía calificar de flojo en esa materia. Y le aseguraba a Uribe que “sus tres huevitos (confianza inversionista, cohesión social y Seguridad Democrática) ya están rompiendo el cascarón, y están saliendo los pollitos”... ¡Qué ternura neoliberal! ¡Qué confesión más cínica de una política desalmada orientada exclusivamente al favorecimiento y protección de inversionistas y empresarios extranjeros, que escupe la soberanía y arroja al infierno de la pobreza y la represión a las mayorías nacionales!

El argumento mendaz es que esta política favorece el desarrollo económico y el empleo… Colombia es el país más desigual de América Latina. El 70% de sus pobladores viven en la pobreza. El Plan de desarrollo de Santos se fundamenta en el sofisma: “más empleo, más seguridad, menos pobreza”. La “seguridad” está referida a la garantía de ganancias al sector inversionista, a las empresas de músculo financiero y al aplastamiento de la inconformidad social.

En la referida entrevista de “los caracoles”, sin ningún titubeo, Santos aseguró que no se abaratará el precio de los combustibles. Con la mira puesta en la acumulación capitalista considera, de manera torcida, que el precio de los combustibles no incide en el costo de los alimentos, del transporte, etc., etc., que no tendrá oídos para esa campaña, que estima “populista”, y que la reforma tributaria solo buscará una estructura más amable a la inversión. Ahí está pintada la falsía de su lucha contra la pobreza y la desigualdad. Cómo diablos se atreve a decir, que a futuro mediato, el ingreso per cápita de los colombianos estará por encima de los de Suiza y Suecia. “Como vamos, vamos divinamente bien”, alardea aprisionado por un raro frenesí. La demagogia es elemento consustancial de este gobierno.
La diferencia entre Uribe y Santos en la materia, es que el primero mata sin piedad, a la manera paramilitar, y el segundo se persigna antes de hacerlo.

El pretexto de la “mano negra”.

En Colombia crece la sensación de caos. Mientras se discute la aprobación de una Ley de víctimas y restitución de tierras, se asesina impunemente a los líderes campesinos que luchan por la devolución de sus propiedades arrebatadas por el paramilitarismo de Estado. 45 de estos líderes campesinos han sido asesinados impunemente en dos años. El gobierno habla mucho y hace muy poco para resarcir a los millones de damnificados por el invierno. La alianza de comandantes de la policía y el ejército con narcotraficantes y paramilitares, se ha salido de madre en contravía del discurso oficial. Se creció también la percepción de corrupción (contratos, Agro Ingreso Seguro, Ingeominas, zonas francas, Dirección Nacional de Estupefacientes, Falsos positivos, chuzadas telefónicas, plan Colombia, etc., etc.). El señor Santos se parece mucho a Míster Bean. En lugar de agarrar el toro por los cuernos abraza la tesis fantasiosa y etérea de la existencia de una “mano negra” que estaría generando esa sensación de caos. Y les prohíbe a sus ministros mirar por el espejo retrovisor. Claro; si lo hacen, necesariamente verán a Uribe y al propio Santos, los siameses de las desgracias de Colombia.
Ahora está sintiendo el tremor subterráneo de una inminente explosión social; entonces se inventa que las FARC han decidido penetrar la protesta social para hacerla más visible. Afortunadamente ese cuento ya no asusta a nadie. Indefectiblemente el pueblo saldrá a la calle.

El ejercicio del gobierno no es un juego de póker.

Rememorando a los presidentes gringos Truman y Roosevelt, que jugaban póker en la Casa Blanca, Santos se deleitó en la entrevista de “los caracoles” comentando que el póker es el juego que más se parece a la vida humana. Para gobernar, para ganar, decía, hay que tener capacidad de cañar, saber medir el aceite a los rivales, tener suerte, conocer las reglas del juego, actuar con paciencia, saber cuándo entrar. Y aconsejó: “si has de ganar, no te canses de pasar”. Muy bien que Santos haya develado sus cartas, pero el ejercicio del gobierno no es un juego de póker. Hasta ahora ha cañado, le ha medido el aceite al pueblo y ha tenido suerte. También se ha mantenido informado por fuera de los canales informales, gracias al juego. Pero el pueblo no se ha cansado de pasar. Sabe que el Estado no se mueve eficientemente en la solución de sus demandas. En cualquier momento al jugador de póker presidencial será sorprendido por el estallido en sus manos de las cartas de la explosión social.

La creciente inconformidad en las Fuerzas Armadas.

No está contento el ejército; no están conformes los generales y los comandantes troperos de las divisiones, brigadas y batallones, los que ponen el pecho a las balas, los que encajan los muertos y mutilados en la confrontación diaria; no les cuadra ponérseles firmes al Almirante Cely, cabecilla de una fuerza elitista, colocado al mando de las Fuerzas Militares por el hecho simple de que un día pasó por allí un cadete de fortuna, pulcramente vestido de blanco, llamado Juan Manuel Santos.

Para rematar la inconformidad, Santos acaba de propinar un golpe bajo a las demandas salariales de mandos y tropas con la respuesta seca de que “hay límites en el presupuesto”. Así los llame “héroes de la patria que arriesgan y sacrifican su vida en el campo de batalla”, la sensación de los demandantes debe ser de contrariedad y sabor amargo. Es que así paga el diablo a quien bien le sirve. A los soldados los utilizan como carne de cañón. Los ponen a arriesgar el pellejo en la selva, en los ríos, en el aire, en las carreteras, en algún pueblo olvidado, por un salario de miseria. Si mueren, los condecoran post mortem con unas medallas de hojalata, que no alcanzan a ocultar que murieron por proteger los intereses económicos de unos insensibles y egoístas empresarios. Tal vez sus familiares alcancen a visualizar que sus intereses no coinciden con los de los caimanes financieros ni los latifundistas. Los mandan a la guerra y a la represión contra el pueblo, a proteger las ganancias de los inversionistas nacionales y extranjeros.

Los militares debieran releer las cartas que les dirigiera desde la selva el comandante Manuel Marulanda Vélez: “El futuro de Colombia no puede ser el de guerra indefinida, ni el de expoliación de las riquezas de la patria, ni puede continuar la vergonzosa entrega de nuestra soberanía a la voracidad de las políticas imperiales del gobierno de los Estados Unidos; nosotros estamos en mora de sentarnos a conversar en serio para dirimir nuestras diferencias, mediante el intercambio civilizado de opiniones hacia la solución definitiva de las causas políticas, económicas y sociales generadoras del conflicto interno para bien de las futuras generaciones de compatriotas ”.

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